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Todos saben quién es Teresita Gómez. Es “una mujer eterna/ que cierra los ojos/ para ver mejor/ la sinfonía que le dicta el corazón”, como escribió Juan Mosquera en el poema Tecla negra, tecla blanca. Es la mujer que hizo que la música colombiana existiera en un plano global. “La que en todos los sentidos motiva e inspira. La que rompió los esquemas de la música académica. La que se inventó otras formas de percibir la diferencia”, como han dicho otros.
Y es verdad. Teresita Gómez ha sido todo eso, pero también ha sido la mujer que a los cuatro años de edad ya tocaba el piano con maestría, que a los 10 dejó de creer en el catolicismo por convicción y que a los 12 ya estaba dando su primer concierto en el Teatro Colón de Bogotá, es esa mujer que todavía se estremece y sonríe y suspira cuando recuerda que el vestidito azul que usó en ese concierto “olía tan rico”. Es la mujer que habita cada uno de los rincones de su casa, la que elige el color de las paredes, que cuelgas los cuadros, que siembra los anturios y los tréboles rojos.
La que ha sabido saltar cada una de las barreras que la vida le ha puesto como si fueran diminutas líneas blancas trazadas con tiza sobre una avenida. A la que le bailan los ojos cuando piensa en la salsa y a la que se le hace agua la boca cuando recuerda el sabor de un aguardientico y de un tango. La mujer fuerte. La que vive sola porque “¿quién se va a aguantar este sonsonete todos los días?, yo todos los días estudio siete, ocho, nueve horas y eso puede llegar a ser cansón”. La que cree que ser maestra es también ser psicóloga de sus alumnos. La que está por encima del bien y del mal.
Teresita Gómez también es “la mejor pianista de Colombia”, como dicen tantos en esta tierra en la que aprendió a cauterizar las heridas para seguir adelante. Hablamos con ella sobre lo que han sido estos 80 años de vida y sobre lo que será el concierto que dará el próximo martes 26 de septiembre, en el Teatro Metropolitano, para celebrarlos.
“Bueno, toda mi vida, desde los pocos días de nacida, viví en el centro. Mis padres eran los porteros del Palacio de Bellas Artes entonces para mí el centro es lo que más he conocido, es mi casa, en lo demás me pierdo porque no tengo buen sentido de orientación”.
“80 años no son nada. No tengo nostalgia del pasado tengo muy buenos recuerdos. Me quedan las cosas bellas que viví, porque las cosas que a todo ser humano le pasan y que no son tan buenas siempre he tratado de evacuarlas. Es muy difícil vivir en el pasado”.
“¿Qué no se ha dicho de mí? Que soy normal. Una persona normal, cabeza de familia, con tres hijos, a la que le gusta cocinar, hablar con los amigos, oír boleros y tangos, leer literatura y la poesía, a la que le gusta conversar... Eso que ya casi no se usa acá”.
“Yo creo que desde Bellas Artes porque a mí me tocó que Rafael Sáenz, Emiro Botero, Débora Arango fueran allá con frecuencia, Débora por ejemplo fue la que me dio mi primer libro de piano. Y al frente nació La Piloto y desde niña tuve el carnet, así que la literatura, la pintura y la música fueron mis refugios, mis amigos, lo que me llenó la vida”.
“Yo era muy inquieta en realidad, era muy curiosa y era una niña diferente, o sea, no monté patines, no tuve bicicleta, tuve por allá un triciclo que mi papá me compró y que se me desbarató a los ocho días, entonces fue una niñez hacia adentro porque hacia afuera era un barrio de gente muy rica y no había opción de que yo conviviera con las niñas de mi barrio que eran de otra clase social”.
“Era la profesora de piano de los niños en Bellas Artes, me tenía mucho cariño, yo siempre entraba a ver sus clases y ella me dejaba estar ahí, yo me quedaba quietecita viendo cómo estudiaban las niñas y después repetía todo, pero no te voy a contar todo porque mi libro sale en octubre”.
“Sí. Me dieron una beca gracias a Martica y yo era obsesionada: nadie me tuvo que decir que estudiara o que no, para mí era una dicha estar ahí y pues no tenía otra cosa que hacer. Luego llegó una profesora italiana, Ana María Penela, y le dijo a mis padres: “Sáquenla de la escuela que yo solo voy a estar aquí tres años y yo quiero sacar esta niña adelante”, y así fue. Ella quería volverme pianista”.
“Yo encantada, estaba ahí y hacía todo lo que me decía que hiciera, y como amaba la música nadie me tenía que presionar”.
“No. Yo creo que nunca estuve alejada de mis raíces porque la música es una, buena y mala, y yo siempre sentí mi raza y la siento profundamente. Ahora, no sé, si yo hubiera nacido en Nueva York a lo mejor sería jazzista, aunque no sé, es que mi vocación fue la música clásica siempre, no era forzada, no me parecía extraña”.
“Los nadaístas. A mí me encantaban porque eran como yo, lo que llaman ahora “rebelde”, tal vez porque fui muy sola en cuanto a amistades... en mi niñez el racismo era fuerte y como vivía en un sector donde todos eran blancos, tenía un contacto muy muy superficial con ellos, digamos, iban a mis conciertos pero si me veían en la calle no me saludaban. Ahora pienso que eso fue muy bueno para mí”.
“Porque tuve menos distracciones, pude estar más conmigo y también entender que el racismo no solamente ocurre acá, el racismo ocurre en todas partes. Y uno también ve a negros racistas. Eso es doloroso porque cuando uno se acepta como negro se siente muy bien, es decir, yo me siento muy bien, sé todo lo que pasó pero no ando resentida, ¿sabe? Nunca me han chocado los blancos ni los negros ni los amarillos. Me parece que los seres humanos somos una unidad y que no necesitamos esas separaciones tan tristes”.
“Desde el principio. Lo que me dolía era que no se me movía el pelo como a todas las niñas, eso para mí sí fue el trauma porque ser “churrusco”, como decían cuando uno era niño, era como un pecado mortal, ahora es divino porque todas las negras se hacen los peinados más divinos. Los tiempos cambian”.
En el 66 termina sus estudios superiores en la Universidad de Antioquia y en la Nacional donde tuvo la oportunidad de recibir clases de pianistas excepcionales como Tatiana Goncharova, Hilde Adler y Harold Martina. ¿Para usted qué es hoy la academia?
“Ay no, yo soy muy revolucionaria con eso. De la academia sirve la disciplina de la academia, pero uno tiene que salirse también de la academia para poder volar y para poder ser uno mismo con su música, porque no se trata de tocar a Bach como lo toca una alemana, como lo toca una latina, una negra en fin, no, eso tiene su sello propio, y la academia es importante, hasta que llega un momento en el que hay que romper con ella porque te puede encerrar”.
“Yo creo que yo rompí con ella desde siempre, es que mire, cuando estudié piano yo nunca pensé ni en ser famosa, ni en todo lo que me pasa ahora, no, yo estaba a años luz de eso, yo estudié música por el placer de la música, pero nunca luché por una fama o por tener éxito o por tener dinero, no, fue una vocación, como un sacerdocio, porque pasé las necesidades que pasé sin quejarme. Yo acepté la vida como venía y cuando lo acepté fue cambiando, se volvió menos angustiante y más placentera”.
“Espantosa. Fue como un falso positivo. Me iban a dar 40 años. Creían que era comunista o guerrillera y yo no he sido ni guerrillera, ni comunista, ni liberal, ni conservadora, ni nada, a mí me gusta la justicia, me gusta el humanismo, no me gusta estar enmarcada en una corriente política, en una religión, en nada...“
“Sí, ahí tuve el primer problema de que, bueno, ¿tanta religión? Entonces no volví a la iglesia... Cuando uno es hijo adoptivo toma muchas determinaciones, uno es muy raro, y yo tomé la determinación de hasta los 12 años ser muy católica, y me quedan muy bellos recuerdos de esa época, para mí Jesucristo es un personaje de mucho respeto, sin ser católica ni evangélica, lo que pasa es que lo distorsionaron...“
“Practico Zen y practico Zen porque es el conocimiento de uno mismo sin estar pidiéndole a Dios nada, sino más bien de ver qué puede hacer uno por uno mismo, porque cuando uno hace algo por uno mismo, también lo está haciendo por los demás, y es más armónico, más comprensivo, más generoso”.
“Una maravilla, un gobierno me manda para la cárcel y el otro me manda para el muro de Berlín. Las dos cosas fueron de un aprendizaje impresionante. La cárcel o el encierro o saber que uno siendo inocente tiene que pagar 40 años, es muy fuerte. Después, en mi caminar por el mundo me encontraba con gente que pertenecía al M-19 y de una les decía que se alejaran. Se reían”.
“Lo otro también fue muy fuerte. Yo nunca en la vida pensé en ser diplomática, pero aprendí muchísimo porque tuve la oportunidad, junto a mis hijos, de ver otro mundo, de ir a conciertos, de ir a museos, eso fue un regalo para mí. Yo soy antes de Belisario y después de Belisario”.
“Sí. A mí me parecía que eso justificaba que aceptara ese título de diplomática, y lo que hacía era que en la primera parte de los conciertos tocaba compositores internacionales: Beethoven, Chopin, Liszt, todos los que están en la academia. Y ya en la segunda parte tocaba a Luis Antonio Calvo, Guillermo Uribe Holguín, Luis Antonio Escobar, Antonio María Valencia, a Oriol Rangel, entre muchos otros. Las reacciones eran muy positivas”.
“Porque es bellísimo. Aquí en Colombia hubo un tiempo donde los conservatorios no permitían que se tocara música colombiana, era mal visto. Yo fui de las primeras en llevar a la sala de conciertos la música colombiana y me siento muy orgullosa de eso. Ahora en las universidades les exigen a sus alumnos cada semestre ver obras de los compositores colombianos. Es música muy buena”.
“Con mucho estudio, trato de cuidarme, de estar tranquila, no voy a fiestas y si voy me tomo unos vinos pero no muchos, y después, como decía mi mamá, “Que sea lo que Dios quiera”, porque es que eso es como salir a una plaza de toros, tú no sabes qué va a pasar ahí o si lo vas a lograr, eso es un misterio. Es más, antes de salir a tocar todavía no sabes qué va a pasar, a veces sientes que no hay nada, o sea que la mente está en blanco, es nada, sientes que todo ha desaparecido...”
“No, pero cuando sucede tampoco es que pase nada, uno se sienta en el piano y ahí empieza a salir todo”.
“Escogí a Bach, Beethoven, Brahms, Chopin, a los compositores que en este momento quiero tocar. Siempre quiero tocar Bach, siempre quiero tocar Chopin y así”.
“Desde niña, pero cuando me operaron mis manos quedé otra vez en cero entonces volví, como un buen estudiante, a aprender todo desde cero, y fue con Bach con quien lo hice, con quien hice la terapia”.
“Sí, y yo tenía todo en la cabeza pero en los dedos no había nada entonces tuve que volver a poner en ellos todo porque la mano cambió y siempre me demoré como 3 años para poder volver a tocar un concierto”.
“Yo nunca la acepté. Eso a mí no se me ocurrió. No fui pesimista. Cuando eso estaba mi hijo vivo y me dijo: “Mamá y qué piensas hacer si no puedes volver a tocar”. “Por ahora no sé, dejemos a ver qué pasa, por ahora voy a tocar”, le respondí”.
“Daba clases. Eso fue muy importante porque tomé conciencia de lo que significa tocar, de la parte mecánica y de la interpretación. Y bueno, yo podía dar clases porque podía explicarle a los alumnos lo que fuera”.
“No, la cogí después. Yo nunca pensé que iba a ser profesora de piano, me parece muy difícil enseñar música, y el piano es complicadísimo. Yo trabajaba en la ópera, o sea, con música de cámara, acompañaba cantantes, y la cirugía me abrió ese mundo de la docencia que me parece fascinante. Amo dar clases y amo ver cómo se transforman esos seres humanos en el proceso”.
“Ay sí, esa es mi otra casa. La amo. Y di clases allá a lo largo de muchos años. Cada alumno es un mundo y la proyección de cada uno es diferente, pero sí he encontrado gente que toca muy bien y que es maravillosa y que va a hacer un papel maravilloso en Colombia. Hay muchos”.
“Muy buena. Yo toqué con la Orquesta Filarmónica de Mujeres en Bogotá, no, una machera porque todas son así, exuberantes, desinhibidas... Yo siempre tocaba con orquestas de hombres que son mucho más solemnes, digamos, pero las mujeres se ríen y si uno se equivocó, se vuelven a reír y eso es una maravilla porque uno se siente cómodo, se tranquiliza, siempre ve una sonrisa. Para mí esa experiencia fue tan linda que la recordaré toda la vida. Me emociona que las mujeres tengan una orquesta”.
“Afortunadamente. Todavía estoy muy joven. Tengo tres estudiantes y aún no sé si voy a recibir más porque quiero dedicarme a estudiar más piano, a leer, a caminar, a ver atardeceres, a conversar con los amigos y a hacer jardinería”.
“Nunca había pensado en esa pregunta. Me hubiera dedicado a algo que tuviera que ver con los otros. Antropología me suena... Me hubiera dedicado a la escritura”.
“Ese teatro es muy majestuoso y siempre es asustadorcito, ¿sabe? Es muy grande”.
“¡Ave María!, me asusto pero mucho. Yo soy tímida entonces esos primeros minutos son muy fuertes, y pues como me emociona tanto tocar allí”.
“Pues conversando con mis amigos, oyendo música, yo creo que a los 90 pues este dedito —dice mientras se señala el dedo meñique de la mano izquierda— debe estar un poco chueco pero igual hay que tocar la música hasta el último momento, hay que estudiar y tocar siempre hasta que la vida lo permita”.
Periodista de medio ambiente de EL COLOMBIANO. En sus ratos libres se dedica a la lectura, al quehacer dibujístico y a la maternidad de gatos.