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Uno por uno se acumulaban enormes ladrillos blancos en la tarima. No era algo muy común de ver en un concierto en pleno 1980: se estaba armando una muralla que empezaba a tapar a la banda. Un ladrillo sobre otro y otro más mientras Pink Floyd, la protagonista de esa noche, se quedaba encerrada en el escenario. Animaciones de enormes aviones o personajes extraños y casi incómodos se proyectaban en esa enorme fortaleza en construcción que llegó a alcanzar 10 metros.
El público, del otro lado, escuchaba expectante y observaba las imágenes y enormes marionetas que se alzaban. Eran la creación del ilustrador Gerald Scarfe, quien se las imaginó especialmente para el proyecto. Roger Waters, David Gilmour, Nick Mason y Richard Wright interpretaban el que en ese entonces era su disco más reciente: The Wall.
Era un acto que representaba una búsqueda por el aislamiento, una recreación literal de aquello que habían explorado en el álbum. Un encierro ante dolores acumulados y un rechazo frente al contacto humano, algo que se materializó en canciones.
Comfortably Numb, Hey You, Mother y otros 23 temas fueron el resultado, un disco doble, conceptual, que Pink Floyd publicó hace exactamente 40 años. Desde entonces gritar el “we don’t need no education” de Another Brick in the Wall, pt. 2, fue ese sinónimo de rebeldía y además fue el sencillo que “ayudó para que el álbum se disparara en 1980 como uno de los que rompían esa cultura underground que tenía Pink Floyd en los años 80”, señala Gabriel Posada, periodista musical y locutor de La X en Medellín.
Un reflejo doloroso
La idea detrás del álbum se le ocurrió, en gran medida, a Roger Waters, quien era el bajista del grupo en ese momento. Ha confesado en varias oportunidades que la semilla inicial se disparó luego de que vivió una mala experiencia con un seguidor que quiso irrumpir en una de las presentaciones del grupo en el 77. Waters, cargado de rabia, le devolvió su osadía con un escupitajo.
Aunque no se siente orgulloso de esa reacción, ese instante le hizo sentir que era tal la desconexión y la desidia por parte del público que quizá necesitaba un enorme muro que se interpusiera entre el público y la banda.
El disco conceptual recorre la vida de un hombre llamado Pink, que es músico como ellos, y que luego de años de tragar experiencias amargas cayó en un aislamiento y alzando una barrera para no tener contacto con nadie más. “Fue muy común la idea de los álbumes conceptuales en ese momento, proyectos que desarrollaban una historia”, cuenta Luis Fernando Algarra, profesor de Historia del Rock en la Universidad de La Sabana. En una época en la que se asociaba más al punk que al rock como denuncia social, estaba Pink Floyd, que ya había hecho fuertes críticas al poder a través de su disco Animals.
El álbum también fue clasificado como una ópera rock. Eran canciones muy personales que hablaban de la pérdida, de modelos caducos de educación, de tormentosas relaciones familiares y amores fallidos. “De una manera hilvanada y poética, desarrolla varias problemáticas sociales y vivencias de este personaje, que fue la misma historia de Waters”.
Sobre Pink, que fue encarnado por Bob Geldof en la película basada en ese disco, se ha hablado mucho en las últimas cuatro décadas. “Creo que él era 75 % yo, 15 % Syd (Barrett) y el resto venía de lo que viéramos en la televisión o por la ventana”, contó Waters en una entrevista en la cadena Absolute Radio en 2011, cuando retomaba el álbum para una gira. La cruda vida del bajista y cantante fue la base.
“Él como creador se afectó por la historia del siglo XX, especialmente por las dos guerras mundiales: en la Primera perdió al abuelo y en la Segunda al padre. Nunca logró superar ese dolor”, analiza Ramón Maya, decano de la Escuela de Ciencias Humanas de la UPB. “La gran riqueza de The Wall empieza por ahí, una profunda reflexión sobre el problema de la familia industrial contemporánea, que le daba todo, pero en una profunda soledad. Cuando niño no tenía ni quien lo columpiara, no tenía papá”.
Esa visión quedó clara en el disco y posteriormente en la película dirigida por Alan Parker en 1982. Con el paso del tiempo, sin embargo, Waters siente que la perspectiva ha cambiado. “Ya se trata mucho menos de esa simple narrativa personal y mucho más de una pieza geopolítica acerca de los muros que nos separan de nación a nación y de ideología a ideología”, dijo el músico en esa entrevista. “Ahora es mucho más una declaración antiguerra de lo que era antes”.
Hecho realidad
La primera gira de 30 conciertos que Pink Floyd ideó en 1980 con el álbum fue la materialización de esas reflexiones. Aunque grupos como Genesis ya habían hecho presentaciones con fuertes críticas sociales, los de Pink Floyd eran novedosos. En ese entonces utilizaban tres proyectores de 35 milímetros que cubrían un área de unos 27 metros.
Cuando Roger Waters, ya como solista, volvió a girar con The Wall (pero sin Pink Floyd) en 2010, el músico retomó muchas de sus primeras ideas. Gracias a la evolución de la tecnología usó quince proyectores en alta definición que podían iluminar más de 73 metros.
“El mejor crítico de la música es el tiempo”, señala Maya, y esa obra siguió vigente, resistió la prueba de los años. “The Wall mantuvo su frescura” añadió, y en gran parte sigue calando con el público porque “cuenta parte de la historia de lo que les tocó. Muchas personas tuvieron que afrontar problemas con la educación, discriminación o falta de recursos”. Aunque agrietado, el muro sigue vigente. No se ha perdido lo que Pink Floyd quería decir. Sigue alto, imponente, en construcción