Niebla es un libro que escribieron 126 niños por Whatsapp, y empieza así: El rocío es una nube/ que se hace gota al tocar las hojas/ y se desliza sobre ellas/ para bajar a las mariposas.
Todo empezó en el taller de escritura de Casita Rural, que es como se han gestado los otros dos libros, Te cuento mi historia en la Casita Rural y Silvestre, de esta biblioteca que desde este año es fundación, y que se ubica en la vereda La Porquera, en San Vicente Ferrer (por la vía Medellín Bogotá, se devuelve en el retorno diez y en la primera volteada a la derecha sube unos diez minutos, hasta que debe voltear otra vez a la derecha. Sume cinco minutos más, la Casita está al frente de la escuela).
Y aunque estaba la experiencia de escribir, y de los talleres, que se hacen desde el inicio de la Casita en 2016, este año tuvo un reto especial, la pandemia, es decir, la imposibilidad de encontrarse en un espacio físico. Entonces lo hicieron por Whatsapp.
Además de que en los últimos dos años han crecido y han llegado a más niños de otras veredas: Chaparral, también en San Vicente; Vallejuelito, La Chapa, La Aurora, La Florida y Morros, en el Carmen de Viboral. Por eso el reto era mayor. En Silvestre participaron 9 niños, y en Niebla se multiplicaron, para felicidad de la Casita, que busca ser un espacio para que encuentren libros, historias, espacios para expresarse y adquieran confianza y posibilidades para el futuro.
Encontrarse en la distancia
El año pasado lograron seguir conectados con los niños a través de tabletas con las que dotaron a las escuelas con las que trabajan y que ellos se llevaron a casa. Se aseguraron de que tuvieran datos, para poderse comunicar con ellos.
Y como funcionó con muchos, y además se ganaron la convocatoria pública Estímulos Unidos por la Participación, de la Gobernación de Antioquia, para publicar un libro, Diana Londoño, la directora de la Casita, y las profesoras supieron que podían hacer los talleres por chat.
Se reunieron una vez a la semana durante una hora, en varios talleres que dirigieron Daissy Pérez, Elizabeth Pérez y Liceth Zuluaga. En las tabletas tenían unas memorias con libros, audios y videos, con los que podían trabajar a distancia y sin necesidad de internet, para cuando no tuvieran conexión. Porque eso pasa: hay niños que para llegar a un lugar donde los datos funcionen tienen que caminar mucho. Le pasó a Mayeli, que al principio estuvo desmotivada, y aunque le propusieron que se conectara una vez al mes, ella llegaba cada semana sin falta, después de caminar.
Luego del saludo, compartían un audio, una lectura, les daban unas preguntas, conversaban del tema del día y tenían un espacio de 25 minutos para escribir. Un momento de silencio. Los niños iban, escribían, y luego enviaban fotos del escrito y audios explicando su escrito. Las talleristas devolvían un comentario en voz.
La base de los talleres fue activar los sentidos, preguntas de a qué huele, qué ven, qué tocan, y espacios muy concretos, en la mañana, el viaje a la escuela.
Los escritos le llegaban a Diana, quien hizo la compilación final: ella seleccionaba las frases de los niños y fue armando Niebla, que tiene ideas y escritos de todos los participantes.
Tanto Niebla como Silvestre pretenden retratar la ruralidad a través de la mirada de los niños. Diana explica que si bien en Silvestre trataron de ser héroes en la cotidianidad, como cuando se dice la verdad o hay que mentir, en Niebla exploraron el jardín, la carretera, y la niebla empezó a aparecer en todas partes, por lo que se convirtió en protagonista.
Para la niebla se hicieron las luces de los carros
y para el rocío las botas de plástico.
Un libro
Niebla se fue escribiendo entre todos. Manuela Cardona tiene 11 años y explica que de todas las historias que ellos contaban en las clases Diana cogía un pedacito hasta que se escribió el libro. Muy divertido, dice, sobre todo porque su imaginación volaba. Hacer un libro me parece muy chévere, nunca había hecho un libro con mis propias palabras.
Uno de los mejores recuerdos de Daissy, una de las talleristas, es que un niño le dijo que este libro demostraba que los niños también escriben, crean, que no solo los adultos publican libros.
Y eso es quizá de lo más importante de este proceso: cómo se sienten incluidos, que lo que están diciendo, cuenta Diana, es importante y hace parte de algo, que lo que escriben está siendo leído. A los niños les ponen muchas tareas, continúa la directora de la Casita, pero no hay esa conversación sobre lo que están pensando, sintiendo, cómo observan su entorno. A ella le llama la atención lo poético, la sensibilidad que tienen con la naturaleza, la forma de mirar, y después de los talleres, cómo se apropian de las palabras, cómo empiezan a utilizar unos términos, a decir yo construí ese personaje, yo hice parte.
Yo me siento muy feliz, dice Manuela.
Porque el final del libro tiene los nombres de los 125 niños que escribieron Niebla.
El libro significa un recuerdo bonito, concluye Daissy, una experiencia que va a estar ahí para siempre. Porque además hay amigos, hay aprendizajes, hay belleza. Hay todo eso que encuentran en la ruralidad que ellos habitan.
Me gusta respirar niebla / a las seis de la mañana/ y mojarme la ropa con el rocío /cuando ordeño las vacas.