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Un homenaje a Fernando Zapata, con el festival ¡Oh Teatro!

¡Oh Teatro! es un encuentro virtual que esta semana recuerda el legado del actor, dramaturgo y bailarín, quien murió hace dos meses. Se transmitirán seis obras.

  • Hasta el 15 de febrero se estarán presentando obras y performances que fueron claves en la carrera del actor Luis Fernando Zapata. También se presentarán dos dramaturgias suyas. FOTO cortesía
    Hasta el 15 de febrero se estarán presentando obras y performances que fueron claves en la carrera del actor Luis Fernando Zapata. También se presentarán dos dramaturgias suyas. FOTO cortesía
09 de febrero de 2021
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Delgado y elegante, a veces bajo luces en tonos azules, verdes o rojos, el maestro Luis Fernando Zapata Abadía recorría el escenario, consciente de cada músculo, habitando el movimiento, como una garza majestuosa.

La flexión de las rodillas, el giro sutil de las muñecas, la cercanía ente los dedos, el giro del torso y la expresión en el rostro al inclinar ligeramente las cejas, todo era un conjunto armónico, uno que supo dominar con disciplina durante una carrera sobre los escenarios que se extendió por más de 40 años.

Durante su vida, el actor nunca descuidó cómo hacer que el cuerpo “fuera consciente de todo: de su potencial, de sus incapacidades, del contexto en el que se movía”, cuenta la actriz y gestora Berta Nelly Arboleda, quien lo conoció a comienzos de los ochenta en un montaje que dirigía Gilberto Martínez.

Ya han pasado dos meses desde que Zapata dejó de habitar en su cuerpo y salió volando, libre de dolores. Arboleda todavía siente su ausencia. Ella tuvo siempre muy cerca a ese actor que hasta los últimos meses de 2020 estuvo creando y dirigiendo, así fuera a la distancia, encapsulado por ese mismo cuerpo, ahora en un hospital.

Esa garza

Arboleda fue testigo de años de interpretaciones de Zapata sobre el escenario, como en aquella oportunidad en la que él se convirtió en La Triste Garza Azul, una apuesta que creó Mario Ángel Quintero y que combinaba un guion hecho de poesía y cantado en coros con esa habilidad de Zapata con la danza.

De hecho, “realmente la escribí y la dirigí como un homenaje a él”, cuenta Quintero. Considera que era como ver a Fernando interpretar “su propia biografía, en forma de una garza azul solitaria que busca compañía de otros seres, pero cuando esos seres se acercan demasiado, ahí mismo la espantan”.

Aclara que tenerlo cerca era una dicha, “era la mejor compañía que podías tener”. Toda su vida la dedicó a la creación, y también a la pedagogía, tanto en la EPA como en la Universidad de Antioquia y en la Débora Arango. Sin embargo, para preservar parte de su vida personal, a veces buscaba conservar cierta distancia. “Una de las maneras en que él preservaba su dignidad era que lo miraba a uno de reojo como si fuera un pájaro”, añade Quintero, sobre el porqué de esa comparación con la garza.

Era un hombre disciplinado y creativo. Juan Pablo Ricaurte, integrante de corporación Tacita e Plata, y quien trabajó con el dramaturgo por más de 30 años, añade que Fernando a veces lo llamaba para tomarse un café, “cuando me decía eso era porque ya había un proyecto en su cabeza, una intervención artística o una obra performática”.

El mapa se iba armando en su cabeza, pensaba en la música, los actores, los danzarines, en la gestión, el vestuario y la divulgación. “Siempre llegaba con algo, pero no imponía, aunque como director sí tenía directrices muy claras. Cada montaje era montarse en algo nuevo y había siempre una capacidad de asombrarse con él como artista”.

En su memoria

Crear era como una terapia suya, una que mantenía activa la mente, así fuera en medio de ese confinamiento clínico al que lo obligó a atravesar un cáncer, cuenta Juan Diego Zuluaga, amigo y director de La Rueda Flotante.

Continuó escribiendo y dirigiendo. El año pasado se estrenó otra de sus creaciones, No Danzarás. Escribió dramaturgias y ganó, además, una convocatoria de estímulos de la Secretaría de Cultura en la que pensaba hacer un repaso de algunas de las obras más representativas de Exfanfarria Teatro, ese que fue un hogar en el que compartió con José Manuel Freidel, y Tacita e’ Plata, espacio que fundó y dirigió. “Cuando el maestro muere, retomamos el proyecto y decidimos hacerlo sobre él”, dijo Zuluaga.

Como resultado de esa convocatoria, esta semana se realiza la celebración de esa vida actoral. Hasta el lunes 15 de febrero se celebra ¡Oh Teatro!, una transmisión de seis obras, ejecutadas entre 1986 y 2016, en las que Zapata participó. Actuó en unas como Ay Días Chiqui y Romance del Bacán y la Maleva, así como creó El Café de la Soledad y La Casa de la Lagartija.

Durante el evento, las obras se transmiten por las redes sociales de La Rueda Flotante a las 7:00 p.m. y luego se entabla un conversatorio para recordar el trabajo de Zapata.

“Lo que él crea es una poética propia del cuerpo, que desarrolla a partir de la danza teatro”. Sobre esos esfuerzos se está conversando esta semana, pero además sobre ciertos aspectos que para Zapata nunca debieron estar en la sombra.

Analizar ciertos infiernos

Zuluaga expresa que en el trabajo del maestro hubo (y hay todavía) “una ironía frente a la política y el poder”, y lo compara con un Dioniso de esta ciudad. Dice que era por medio de lo corporal que daba respuesta a “las violencias hacia los cuerpos y la mente”.

Quintero añade que Zapata veía a Medellín, especialmente en los ochentas y noventas, como una experiencia “llena de monstruos y de gente en ciclos de sufrimiento”.

Cuenta que a diferencia de otras obras en las que al final todos los personajes son redimidos, “en el caso de Fernando hay una cosa incesante que habla de que esta es nuestra condición. Dentro de eso no le interesa resaltar el horror o la violencia como tema en sí, sino que esas presiones que sentimos en nuestro contexto”.

Añade Ricaurte que él “siempre criticó un estado que fuera en contra de la búsqueda estética” y buscaba leer bien a los “seres marginales que hablaban de la realidad de su sociedad”. Reflexionó sobre lo que implicaba el abandono para esos personajes, pero “no de forma panfletaria ni con resentimiento, lo mostraba y eras tú el que se llevaba esas imágenes y movimiento”.

Arboleda sigue estudiándolo y leyéndolo, conociéndolo aún en esta nueva distancia. Dejándose permear por esas dosis de realidad que llegaron con elegancia y estética sobre las tablas

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