En el estudio de Paul R. Williams los clientes se sentaban al frente suyo, no a su lado. En esa posición Williams les dibujaba los cuartos, los baños, las fachadas, los salones. Cary Grant, por ejemplo, vio el plano de su mansión con el piso abajo y el techo en su sitio porque Williams podía dibujar al revés. Y la razón de semejante “excentricidad” fue más bien práctica y revela el poder del sistema de exclusión racial de los Estados Unidos: por experiencia, el arquitecto supo que los blancos de la época no se sentían a gusto al lado de un negro, casi rozándolo. A lo sumo soportaban el contacto con una negra, pero no más. Tal vez por eso en la foto que se conserva de las interacciones de Williams con Frank Sinatra hay, entre los dos, una afroamericana. Entonces, para no espantar a los clientes y, con ello, darle la razón al profesor del Instituto que trató de disuadirlo de seguir por la senda de la arquitectura, Williams aprendió a hacer sus planos al revés.
Llamado por la prensa con el título de “El arquitecto de las estrellas”, Paul R. Williams nació el 18 de febrero de 1894, en Los Ángeles, California. Los golpes de la vida le llegaron rápido: su padre y su madre murieron cuando Williams tenía dos y cuatro años, respectivamente. Fue adoptado por una mujer que estimuló su talento para las artes figurativas y el dibujo. Creció en una urbe vibrante que, con poco más de cien mil habitantes, se transformaba lentamente en la meca del cine gringo y en un lugar cosmopolita. En 1921 obtuvo la licencia de arquitecto y en un abrir y cerrar de ojos abrió su propio despacho. En un primer momento se destacó en el diseño de casas pequeñas y en mansiones de trazos modernos que dialogan muy bien con el entorno veraniego de California. Su trabajo, según los entendidos, ayudó a configurar los espacios habitacionales de Los Ángeles, los mismos que gracias al cine han sido conocidos por medio mundo.
Las historias de Williams y de Medellín se cruzaron a finales de los treinta, cuando una delegación de la clase empresarial antioqueña viajó a los Estados Unidos para contratar a un arquitecto que se hiciera cargo del diseño de un hotel de elegantes salones y fachada a la moda. Los viajeros llegaron al estudio de Williams por el impresionante catálogo de construcciones en las que intervino el lápiz del afroamericano. Según AIA —Instituto Estadounidense de Arquitectura, por su sigla en inglés—, en las cinco décadas de su carrera Williams diseñó casi 3.000 edificios, algunos de ellos fueron las residencias de Lucille Ball, Desi Arnaz, Lon Chaney, Frank Sinatra y Barron Hilton, estrellas del mundo del entretenimiento y de los negocios.
Sin embargo, su talento no se consagró en exclusiva a las casas suntuosas. También hizo planos para viviendas de bajo costo y sistemas de transporte. “Las casas caras son mi negocio y la vivienda social es mi pasatiempo”, dijo Williams al final de su trayectoria profesional.
La construcción del hotel Nutibara comenzó a principios de los años treinta, en todo el epicentro de la ciudad, la misma que vivió una época dorada por la aparición de las industrias y por el repunte de los precios del café. Para hablar de esos años el profesor León Restrepo Mejía emplea la expresión La Ciudad Patricia, que da cuenta de un momento en que Medellín quiso ponerse a tono con el mundo y llegó a ser la segunda urbe en importancia económica y política de Colombia. Además, en los años veinte, treinta y cuarenta, los intelectuales afrocolombianos entraron en contacto con las ideas del Harlem Renaissance, un movimiento nacido en las calles de Nueva York y que destacó el trabajo artístico de los negros. En otras palabras, por las mismas fechas que las obras y los libros de Alain LeRoy Locke y Langston Hughes llegaron al país, también lo hicieron los diseños de Williams.
“Uno de los elementos importantes del Nutibara es que marca un giro en las influencias que aceptaba Medellín: dejamos de mirar a Europa para volver los ojos a los Estados Unidos”, dice León. Esa marca estadounidense se puede ver con claridad en las líneas rectas de la fachada del Nutibara y en las palmeras —muy al estilo californiano– que se alzan en la Plazuela frente al hotel. “Esa plazuela se llama la plazuela Nutibara. La mayoría de la gente piensa que se trata de una prolongación del Parque Berrío y no es así”, dice León.
En una entrevista publicada por una revista de la época, Williams habló con vehemencia del impacto que su hotel tendría en el centro de la ciudad, que entonces tenía un poco más de ciento cincuenta mil habitantes. “Todo este gran sector de Medellín presentará el más soberbio espectáculo que pueda imaginarse, algo que ustedes no alcanzan a adivinar. Todo esto será arborizado y se dispondrán amplias avenidas, lo cual transmutará fantásticamente el desolado aspecto actual”.
Y aunque la imagen actual de la zona sea otra, tras unos minutos ante a la fachada del Nutibara el esplendor resurge y el viandante siente el vértigo de la historia. Justo ese sector —en el que en pocos metros confluyen, además del hotel, el Palacio de la Cultura, el Museo de Antioquia y la Naviera— es un resumen de los brillos y las tinieblas del siglo XX antioqueño. En esas calles se reúne lo mejor y lo peor de Medellín.
Para el profesor León, el Nutibara es quizá el edificio de mayor valor arquitectónico de la ciudad. Y para sostenerlo tiene de su lado dos datos: el trabajo de Williams es tan apreciado en los Estados Unidos que ocho de sus obras hacen parte del Registro Nacional de Lugares Históricos de ese país y, para refrendar su prestigio, en 2017 la AIA le otorgó de manera póstuma la Medalla de Oro, el Pulitzer de la arquitectura estadounidense.
Dejando de lado las polémicas que casi siempre despiertan los ránquines, lo cierto es que el Nutibara en sí mismo es una metáfora y un monumento. Y, por si fuera poco, tiene detrás a un arquitecto que rompió muchas barreras: Williams fue el primer arquitecto negro que fue miembro de la AIA y que, con los años, adquirió la categoría de becario en el Colegio del Instituto.
William murió el 23 de enero de 1980, tras siete años de no ejercer la arquitectura. En los Estados Unidos es recordado por haber sido el responsable de la renovación del Hotel Beverly Hills, un emblema de la cultura pop de Estados Unidos, entre otras razones por aparecer en la portada del disco Hotel California, de The Eagles.