Después de que terminó su primera novela negra, Black Black Black, Marta Sanz estaba agotada con las tramas, los personajes, el argumento, los hilos que tienen que juntarse. Todo. Así que se devolvió al principio, como cuando empezó a escribir: volvió a la poesía y terminó escribiendo su primer poemario, ya con más de 40 años.
Marta escribía poemas desde pequeña, pero no tenía un libro completo, y eso que la poesía es lo que más le gusta en el mundo, dice, tanto que como narradora a veces es muy lírica y como poeta a veces es muy prosaica, extremadamente. Supone, dice también, que tiene que ver con ese gusto por romper las expectativas, porque los lectores se tengan que hacer preguntas de por qué el texto está escrito como está escrito.
A la vida pública de escritora entró en 1995, cuando publicó su novela El frío.
–El motor para escribirla–sigue contando– no fue un buen sentimiento, sino uno malo: me quería vengar de un novio que me dejó y ahí vi que la literatura no solamente era útil desde un punto de vista social y comunitario y público, sino que también podía ser útil personal, porque yo me quedé super a gusto.
–¿Y él le dijo algo? –le pregunto luego.
–Claro que me llamó para decirme que él no era ese y yo le dije que él estaba confundido, que él era ese absolutamente (risas). Ahí me di cuenta de que había cumplido muy bien con mi propósito. En el 95 publico mi primera novela, de desamor, sentimental, pero mi relación con el lenguaje empieza desde que estoy muy chiquita. Mi madre tiene guardado en su casa papelajos míos del año 1972, y yo nací en 1967. Yo hacía dibujos y al mismo tiempo escribía poemas que ahora algunos me parecen muy buenos, no se si voy a tenerlos que rescatar. Es broma. Siempre tuve una relación muy especial con el lenguaje. Cuando iba al instituto, lo que más me gustaba era escribir y destripar textos de otros autores, los comentarios. Revisar un poema de Rubén Darío y decir que aquí hay una metáfora y una enumeración gradativa, un anacoluto y tres hipérbatos, una sinestesia. Ese tipo de análisis científico del texto literario me encantaba. Igual que hay unos niños que se sienten felices pintando o bailando o haciendo música, yo me sentía feliz escribiendo mis cosas sobre un papel.
–De ahí se explica por qué estudió filología
–En realidad es una carrera que está muy bien para tener una perspectiva de lo que es la historia literaria, que te da mucho conocimiento cultural, literario, filosófico, lingüístico, pero para escribir hacen falta otro tipo de cosas. Aparte de esos conocimientos que son muy útiles, porque nunca estorban ni para el que lee ni para el que escribe. Cuando quieres construirte como escritor necesitas desarrollar una serie de habilidades que van más allá del aprendizaje enciclopédico. Para mí fue muy importante pasar por un lugar que se llamaba La Escuela de Letras de Madrid, donde se nos planteaba otro tipo de actividades creativas, para hacer ejercicios de introspección, de autocrítica y de crítica de los textos ajenos. Al mismo, sin embargo, que hay cosas que no se pueden aprender en ningún lugar, que tienen que ver con tu actitudes, tu bagaje familiar, cómo se ha ido configurando tu manera de mirar, tu ojo y tu sensibilidad desde que naces hasta que haces uso de la palabra escrita por última vez en tu vida.
Irse construyendo
Desde 1995 han pasado varias novelas, como Clavícula, en la que contó un dolor físico personal que la llevó a otras reflexionas sociales, y también Amor Fou, que es la reciente, en teoría, porque es una reedición. Marta la escribió en 2004.
–Qué significa enfrentarse a un trabajo de hace tanto tiempo, que ya había sido publicado incluso...
–Es un proceso muy complicado, sobre todo teniendo en cuenta que hay diferentes tipos de escritores y yo soy una a la que le cuesta más trabajo tomar distancia de lo que ha escrito para corregirlo, para mirarlo desde fuera de tu cuerpo e intentar mejorarlo. Cuando me dieron esa oportunidad me puse muy feliz. Es un acto de valentía de la editorial intentar rescatar una novela que es complicada, que no es complaciente para el mercado editorial. Por otra parte sentí cierto vértigo al enfrentarme a un texto que yo había escrito hacía muchos años. Era un contrasentido, por una parte desde una mirada formal, de la corrección retórica, lingüística, de las páginas, de la construcción de los personajes, de las voces narrativas, y por otra desde un punto de vista vital, humano e ideológico: ver si me reconocía en la autora que había detrás de aquellas palabras en las que cristalizaba una determinada visión de mi país.
–¿Se reconoció?
–Una de las mayores sorpresas es que me reconocía completamente y no solamente porque yo he sido una mujer que ha cambiado más o menos, sino que desde el punto de vista literario sí que he sido una escritora que ha evolucionado y que ha hecho muchas cosas diferentes a lo largo de los años. He escrito novela negra, social, textos autobiográficos. Sin embargo, en lo que sí me reconocí fue en esa visión crítica hacia la democracia española, hacia las cuentas pendientes que tenemos en la democracia, que de algún modo se reflejan en Amor Fou. Eso me puso un poco triste, porque pensé que esa visión de mi país que tenía en 2004, no seguía siendo vigente, y sí. Que no hubiésemos sido capaces de transformar en tantísimos años aquello que yo había intuido a comienzos del siglo XXI, me pareció que no hablaba muy bien sobre lo que ha sido nuestra evolución política. Amor Fou es una novela que en aquellos años era de distopía, de ciencia ficción, pensada a corto plazo, un poco vaticinando asuntos que podían ocurrir en España y a que a mí no me gustaban, y que luego en 2017-2018 han ocurrido realmente, como el caso de la ley mordaza (regula manifestaciones públicas), como puede ser el cómo están aflorando las cuentas pendientes que teníamos con el franquismo, que sigue corroyendo de algún modo nuestra sociedad.
–Cómo ve que están las mujeres en la literatura, porque el tema le interesa...
–Me cuesta mucho tomar la palabra en general, porque creo que cuando se habla de la mujer tendemos a esencializar el concepto o a hablar desde un singular que está de algún modo falseado: somos muchas y distintas y cada una tiene que encontrar su voz, partiendo de la base de que no todas somos víctimas, aunque sí que es cierto que todas estamos en desventaja, porque a lo largo del proceso histórico se ha hecho de nuestra diferencia, nuestra desventaja. Ahora tenemos un espacio por reconquistar, y cada una a de reconquistarlo a su manera y al mismo tiempo encontrar espacios públicos o colectivos para poder hacer distintos tipos de reivindicaciones.