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Residente, el verbo furioso del reguetón

Polémico activista y eficaz artista, el boricua alcanzó el estatus de ser la voz de una generación.

  • Residente, el verbo furioso del reguetón
04 de abril de 2022
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Los revolucionarios son traidores de clase: un instante de luz les deja ver la sinrazón del privilegio. Y si son artistas, transforman su obra en el escenario de los quiebres de la conciencia. René Pérez –Residente– asume posturas políticas inconformes, pero no renuncia a los beneficios de la industria a la que cuestiona. Escribe letras incendiarias sobre los estudiantes y los campesinos sin por ello abandonar la comodidad de vivir en apartamentos de lujo en Buenos Aires, Miami o San Juan. Esto –suena a diatriba– revela la dificultad de cultivar la autonomía estética en un sistema dominado por las leyes del comercio. René es la voz incómoda que el mercado pop les ofrece a los progresistas. No hay mucha diferencia con escuchar un álbum suyo y comprarse en una boutique una camisa del subcomandante Marcos. A fin de cuentas, el capitalismo convierte en producto la crítica que se le hace. Ese es su gran acierto, su eficaz combustible.

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19 de noviembre de 2021. René subió hecho una gelatina de nervios al escenario de los Grammy Latinos: tenía el encargo de leer las palabras de homenaje a una leyenda del sonido latinoamericano: el panameño Rubén Blades, distinguido con el premio Persona del año. Durante dos minutos mucha gente de todo el continente vio al exvocalista de Calle 13 vuelto un lío: no había en él ni rastro de la fuerza de sus videos combativos ni pizca de la destreza lingüística de los raps contra los poderosos: políticos, banqueros, militares. René fue un niño frente al superhéroe de las películas. Rubén debió sostenerle las hojas del mensaje: el temblor de las manos no le permitió a René concentrarse.

3 de marzo de 2022 –cuatro meses después de la velada en honor al compositor de Pedro Navaja–. René apareció de nuevo ante las cámaras. Y esta vez fue un huracán: en ocho minutos y medio acribilló con rimas la carrera de J. Balvin. No se guardó nada ni ahorró metralla: cuestionó la vida privada y la trayectoria pública del antioqueño. Lo llamó mentiroso, bobolón, negociante, desgranó un rosario de improperios contra quien en los últimos años ha surfeado en la cima de la industria musical. La vehemencia del canto lo hizo asemejarse al personaje de El club de la pelea, y es que la facilidad con que pronuncia las palabras con ese acento puertorriqueño, redondeando incluso las sílabas, haciéndolas un puño, dota su interpretación de la rapidez propia de la ira, de la pelea de nudillos duros. Tuvo tiempo de tomar tragos de la cerveza que lleva su nombre y de la que es propietario. Movió los brazos con impulso, empujando el carro de voz que carga. Miró a la cámara, se burló. Conversó con Bizarrap, el productor que le da vida a las sesiones de rap más populares del momento, en el intermedio entre la segunda y tercera parte de su improvisación.

Este tema es, por lo demás, una muestra de su entendimiento de las dinámicas musicales. Respaldado con poco –la base rítmica apenas le marca un camino que no lo lleva a ninguna parte– tiene que pisar fuerte para dejar un rastro, abriendo una brecha que los demás querrán seguir. Su voz lo marca todo, la pista (que incluso llega a desaparecer por momentos, eclipsada) es solo un elemento secundario. Y, entonces, la regla del artista se invierte y la voz es más importante que el ritmo.

El arte consiste en adoptar máscaras ante el ojo omnipresente del público: ser el puñal y la herida. El poeta –lo dijo Pessoa– es un fingidor: simula el espasmo emocional que en realidad siente. René puede ser un cachorro temeroso y un pandillero perseguido por la policía tras varios asaltos a mano armada. El arte es así: una puerta entreabierta para salir del yo. Funciona para el artista y para quien lo contempla desde la grada.

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René nació en 1978, en San Juan, la capital de Puerto Rico. Su padre –un abogado y escritor independentista– dejó pronto el hogar: se fue tras las sirenas de las brigadas internacionales en Nicaragua y Cuba. América Latina era entonces un complejo ajedrez lleno de damas incendiadas y peones desaparecidos, un capítulo de la Guerra Fría: las guerrillas y los golpes de Estado se sucedían en el largo teatro del sur del Río Bravo. La infancia del músico transcurrió en un vecindario de Trujillo Alto –“Clase media baja, nunca fuimos dueños. El préstamo del banco se robaba nuestro sueño”, recita René en René, su obra maestra–, un pueblo a media hora en carro de San Juan. A diferencia de otros raperos –latinos y gringos– coronó con éxito los estudios universitarios. Incluso viajó a los Estados Unidos a cursar un posgrado en Bellas Artes.

El primer sencillo de Calle 13 –banda fundada en 2004 por René y Eduardo Cabra, el hermanastro apodado Visitante– es fácil y pegajoso. Retrato del reguetón, género que apenas tomaba fuerza. Una sucesión de golpes que conforman canciones sin mucho más, sin demasiado interés por las armonías y las melodías. Un género tan latino como africano, donde manda el instrumento que marca el ritmo, el movimiento, la cadencia. En medio de compases sin alteraciones –planos pero contundentes, en los que reside todo lo que la canción puede ofrecer– la letra combina lo sexual, el llamado a la pareja, con un par de frases que empezaban a revelar la irreverencia de René. En el videoclip de Se vale to-to, el cantante ejerció las labores de director y editor. Después haría lo mismo en trabajos de mayor complejidad: Desencuentro, René y Sexo. El oficio audiovisual no le ha sido esquivo: en 2017 dirigió el documental Residente, de noventa minutos. Todo enlazado a su marca, a él.

El estallido de la fama les llegó a los hermanos en 2005 con Atrévete-te-te. Una canción en ritmo de cumbia que combina frases llenas de lascivia con el movimiento horizontal de las caderas. Esta pieza demostró la musicalidad a la que la agrupación podía aspirar. La composición, de repente, tomó importancia, y el llamado a bailar se sofisticó, tratándose ya no solo de una invitación a los pies, sino de contar algo, de retratar a Latinoamérica, el insumo inagotable del trabajo de René.

Algo musicalmente parecido ocurrió en la discografía de Calle 13. Sobre todo en canciones tempranas como La Jirafa, El tango del pecado y La cumbia de los aburridos. La primera, una batucada brasileña acompañada de un acordeón, es nuevamente un acercamiento a la música desde el ritmo, donde lo principal es la potencia del tambor y la vibración de las telas templadas entre latas de gran tamaño. Sin embargo, esta vez lo orquestal adquirió vida y relevancia, y el uso de violines, violas y chelos le dio un tono nuevísimo a su discografía. El tango del pecado y La cumbia de los aburridos son otra muestra de su interés por crear una imagen sonora, la fotografía familiar de un continente diferente de polo a polo. Un territorio diverso en sus tejidos culturales, idiomáticos, gastronómicos y sociales.

No hay nadie como tú (2008) con Café Tacuba fue una de sus más exitosas colaboraciones. En esa misma línea, La perla con Rublén Blades, Calma pueblo acompañado de Omar Rodríguez, y Ojos color sol junto a Silvio Rodríguez, surgieron bajo la premisa de nutrir aquel retrato latinoamericano y, sobre todo, de exaltar a sus colegas, de amoldarse a ellos y entrar en un baile en el que es un invitado. El boricua participó de batucadas, saltó al ritmo del ska y proclamó consignas románticas, como si fueran suyas. René se reconoce heredero de una tradición musical: no ha sido mezquino en elogios a Luis Alberto Spinetta, a Mercedes Sosa –con quien grabó una versión de Canción para un niño en la calle–. Siempre generoso con el estilo de sus colegas, defensor de sus tambores, poniendo sobre la mesa lo que podía ofrecer.

Para este momento de su carrera e incluso, más adelante, al separarse de su hermanastro para convertirse en solista, fue muy clara su intención de apegarse a un estilo. Lo suyo consiste en repetirse incansablemente, modificando apenas algunos detalles. Las fusiones musicales se volvieron un sello y las colaboraciones fueron salvavidas cuando estaba a punto de agotarse. Identificar los tantos ritmos que pueden hacer presencia en una sola de sus canciones es la tarea de quienes lo siguen, batucada con un bajo electrónico, cumbias con acordeones y orquestas sinfónicas. Todo lo inverosímil, lo que ya había nacido en pequeños sectores latinoamericanos y han defendido agrupaciones como la Sonora Dinamita, Bobea y sus vallenatos, la Orquesta Sonolux y otros. En parte, su trabajo ha sido la reivindicación de lo ya hecho. Muy temprano a René se le aparecieron la fortuna y lo terrible: encontró en un estilo del que no pudo salir.

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Calle 13 dejó cinco álbumes de estudio: Calle 13, Residente o visitante, Los de atrás vienen conmigo, Entren los que quieran y Multi viral. Desde el principio la propuesta poética de René incluyó dosis de parodia (Cumbia de los aburridos, Sexo), de lirismo amoroso (Desencuentro, Ojos color sol) y de crítica social (Latinoamérica, El aguante, Guerra). En buena medida, la suya es una obra cultivada bajo la influencia de Silvio Rodríguez, Alí Primera y Rubén Blades. Ha intentado siempre vincular su música con alguna emoción, risa, alegría, amor, deseo, ira, rencor. Despertar algo en el otro: la tarea que comparten el arte y la política.

La militancia se ha radicalizado hasta llegar al verso insurgente de This is Not America: “Esto va pa’l capataz de la empresa/ El machete no es solo pa’ cortar caña / También es pa’ cortar cabeza”. El tema es una respuesta algo tardía y desenfocada a This Is America, una sátira cruda de las vidas en los suburbios afro en los Estados Unidos, compuesta por el cantante y actor Donald Glover.

Aun así, su música no ha sufrido demasiadas alteraciones. En este, su más reciente lanzamiento, un pedal de coros le va dando vida a la canción hasta que lo interrumpe un corte clásico de batucada y, nuevamente, la furia de los tambores se lo come todo. Por tratarse de una letra llena de quejas, de dolor y de ira, el ritmo –que debe responder a eso, reforzarlo– está hecho de carne, de golpes. No se presta para el baile, no lo permite. Se trata de la cátedra final, del monólogo que no puede ser interrumpido, que no admite parodias.

El espíritu contestatario ha impregnado varios de sus actos públicos: en 2009 Juan Manuel Llano, a la sazón alcalde de Manizales, prohibió la visita de Residente a la capital de Caldas luego de ver al puertorriqueño lucir una camisa con un estampado contrario al expresidente Álvaro Uribe Vélez. El mismo año René insultó al gobernador de Puerto Rico en la gala de Premios MTV: “El gobernador de Puerto Rico es un hijo de la gran puta, lo digo aquí porque tengo poder. Hoy los puertorriqueños estamos en pie de lucha”, afirmó ante una efervescente audiencia. Los desafíos al poder no se detuvieron: en 2013 visitó en su asilo al hacker Julian Assange –arrinconado en la Embajada de Ecuador en Londres por los tentáculos diplomáticos de los Estados Unidos– y compuso con él Multi viral, cuyo video fue filmado en la Franja de Gaza. René es un activista con un olfato estupendo para dar golpes de opinión.

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Fuera de lo anecdótico, la diatriba de René a Balvin brotó de un fenómeno de doble cara: por un lado, el rechazo de las dinámicas del actual mainstream musical –dominado por cantantes que no cantan, amparados por el autotune (una tecnología capaz de disimular los errores vocales)– y la mirada experta en las movidas del mercado. René gana likes y vende sin pudor la imagen de líder con sus dardos a la industria y al sistema pop, del que a la postre se beneficia. Sabe jugar las cartas que en suerte le corresponden: reivindica el origen popular y las aspiraciones políticas de sectores progresistas. A René –nieto simbólico del Ché Guevara y sobrino musical de Manu Chao– le encanta filmar gente besándose: para él el amor es la mecha de la revuelta.

Encontró un sello y nunca lo soltó. Y para qué, si esa es la gran búsqueda dentro del arte. Ha exprimido un mismo discurso, un mismo ritmo durante varios años y todas las veces –sin excepción– ha dado frutos.

Aun así, más allá de su habilidad para las letras y su innegable musicalidad, están las emociones que despierta con apenas 2 o 5 minutos de canción. La ira, el deseo, el rencor son las artífices de su éxito. La forma en que sus canciones hacen que los pies marquen el ritmo y las cabezas respondan con aprobación al mensaje: “sí, sí”. Estar de acuerdo, indignarse en conjunto, no hay sensación más reconfortante, más aglutinante. El sentimiento de hacer parte de una tribu, de pertenecer a algo.

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