En la casa de Mari Peña, en Colonia Miguelete -una localidad que se encuentra a 200 kilómetros de Montevideo (Uruguay)-, la que sobra es ella.
Allí sus hijos y esposo tardan dos o tres horas diarias jugando en una mesa de ping pong, que tienen en la sala del hogar, y ella termina siendo la diferente.
Su hijo menor, Federico Michelín Salomón, se encuentra disputando los Juegos Suramericanos Escolares. “Él es muy tranquilo y es buen jugador, aunque ha estado nervioso porque ve que el nivel acá es muy alto”, expresa la mentora.
Ella decidió pegarse el viaje desde Uruguay a la capital paisa, es decir, unos 7.118 kilómetros, porque su amor de madre así se lo indicó. No es porque desconfíe del entrenador de la delegación, Federico Martínez, o porque las madres que no vinieron con sus hijos sean malas, sino porque hubo algo que la obligó a venir.
Así mismo le pasa a Sheila Duhalde, madre de Julieta Félix, quien, por primera vez, se pega un viaje tan lejano. “Es tu hija, si la acompañás 70 kilómetros, tenés que seguirla en los viajes largos”, argumenta.
Ellas y otros tres acompañantes nutren una especie de hinchada uruguaya que resalta en el coliseo Rodrigo Pérez Castro por ser bullosa y una de las más numerosas que asisten a las competencias.
Por ahora, han tenido la oportunidad de salir a conocer poco una ciudad a la que, confiesan, vinieron con miedo por toda la imagen que se vende en el sur del continente.
“Siempre han dicho que Medellín es peligrosa, allá se ve mucho la serie ‘Escobar, el Patrón del Mal’; pero nos hemos sorprendido con la amabilidad de la gente y la ciudad tan linda”, comenta Sheila.
A Federico, el entrenador, no le molesta en absoluto el acompañamiento maternal. Al contrario, le facilita un poco el trabajo. “Manejar niños puede presentarse complejo y ellas me ayudan con la convivencia”.
Lo cierto es que estas madres, con el amor, la dedicación y el entusiasmo, también prenden la fiesta en las justas suramericanas.