Andrés Camilo Ardila cuenta que hace pocos días, cuando su compatriota Esteban Chaves venció en la etapa 19 del Giro de Italia con final en San Martino di Castrozza, una fuerza extraña se apoderó de él y, seguidamente, el disco duro de su memoria retrocedió a los momentos adversos que atravesó en su juventud.
“Cuando Chaves ganó expresó que los sueños, por muy difíciles que parezcan, si se pueden cumplir”, comentó Ardila sobre aquel corredor que había vuelto a la competición después de 255 días tras superar problemas de salud y que, además, en 2013, casi cuelga definitivamente la bicicleta al sufrir múltiples fracturas tras accidentarse en el Trofeo de Laigueglia.
En ese recordar, Andrés Camilo pensó en las palabras que le repetía su padre, el cual lleva su mismo nombre. “Me decía que no me rindiera, pues la recompensa llegaría en algún momento”.
Y la tuvo, pues ayer el nacido en Mariquita, Tolima, hace 20 años, retornó al país con la camiseta rosa y el trofeo que lo identifican como campeón del Giro de Italia sub-23.
En Medellín, donde está radicado hace dos años gracias a la oportunidad que le brindó el equipo EPM para pulir su talento, Ardila habló de sus inicios en este deporte y los esfuerzos que tuvo que hacer para salir adelante.
Bastante inquieto
El deportista, que tras su triunfo en Italia es pretendido por escuadras World Tour como Movistar, Astana y UAE Emirates, rememora que si bien mantenía despierta la energía para estar para arriba y para abajo montando en bicicleta, un amor que despertó desde los ocho años, le faltaba chispa frente al estudio.
“Por fortuna me gradué del colegio Francisco Núñez Pedroso, porque en realidad le saqué muchas canas a los profesores, quienes al final terminaron apoyándome. Es que me volaba hasta de las clases de matemáticas e inglés”, cuenta Ardila mientras saca una sonrisa.
Pero aquella indisciplina tuvo un punto de quiebre.
Su padre, quien posee una parcela en la vereda Cerro Gordo en Mariquita, donde cultiva aguacate, plátano, guayaba, guanábana, mangostino y caña, donde ala vez tiene una molienda, lo sacó, con la aprobación de su esposa Marta Lucía, del colegio.
“Estaba en séptimo, y tuve que empezar a trabajar en el campo. Casi un año estuve sin estudiar, y la verdad me hacía falta, por lo que les pedí que me dieran de nuevo la oportunidad de entrar a clases. Ahí sí le puse más ganas”.
Tocando puertas
Su camino en el ciclismo, y más en una región donde no hay tanto apoyo para esta disciplina fue, como confiesa Andrés Camilo, tortuoso.
“Teníamos que hacer rifas. La primera fue de 500 mil pesos. Con el dinero recaudado me compré unas zapatillas para poder competir”.
Además le tocó tocar puertas en carnicerías, cacharrerías, en la Alcaldía, en tiendas de bicicletas y hasta en carnicerías para que le dieran 10 mil o 5 mil pesos y poder salir a competir. “Yo le decía a mi papá que me daba pena hacer eso, pero me respondía que era más feo que me vieran robando”.
Y aunque lograba viajar, las experiencias no eran color de rosa. “Nos tocaba quedarnos en las terminales de transporte y en otros lugares no tan cómodos, en medio del frío, para tratar de dormir. Mi entrenador Carlos Pérez no me dejaba desfallecer, creyó en mí y con su insistencia gestionó para que recibieran en la familia del EPM al lado de los profes Raúl y Gaby Mesa. A ellos les debo mucho”, dijo Camilo, quien antes de partir a suelo europeo había sido el ganador del Reto El Escobero del Clásico EL COLOMBIANO.
Ahora, al entrar en la historia como el primer tolimense en ganar un Giro sub-23, espera se le abran más puertas para abogar por deportistas que quieren volar alto como él. “Es que necesitamos que tengan buenos procesos, que no pasen por lo que viví. Trabajaré por ellos y para darle más alegrías al país”, se despidió Ardila, otro diamante del ciclismo colombiano, además, todo un ejemplo de superación.