Lo mínimo que pudo hacer el desprevenido televidente que observaba, el día 6 de este mes, el final de la primera etapa del Tour de Polonia cuando uno de los ciclistas que embalaba le cerró el paso a otro que intentaba rebasarlo, y con el codo lo envió contra las pesadas vallas de seguridad mientras se transitaba a una velocidad promedio de 60 kilómetros por hora, seguramente fue tomarse la cabeza o llevarse las manos al rostro.
La impresionante escena repetida, una y otra vez, por los noticieros de televisión, mostró ciclistas chocando contra otros y, literalmente, volando hasta caer pesadamente al piso, mientras el holandés Fabio Jakobsen, del equipo Deceuninck-Quick Step, se estrellaba contra un fotógrafo y el entarimado armado al final de la fracción y, quien originó el desastre, su compatriota Dylan Groenewegen (Jumbo-Visma), dar vueltas en la vía mientras otros le pasaban por encima.
Pero, ¿qué impulsa a los deportistas a cometer actos irracionales pese a la vitrina mundial a la que están expuestos?
Esa maniobra envió al hospital a Jakobsen, quien estuvo varios días en coma con múltiples lesiones en cráneo y rostro, y sometido a una cirugía maxilofacial, mientras los médicos no se atreven a decir si puede volver a competir en un futuro. Y el agresor, apartado de su escuadra y foco de señalamientos a tal punto que se pide una sanción ejemplar.
“Fue una acción muy sucia. He visto el sprint decenas de veces y sigo sin comprenderlo, es un ataque, un acto criminal”, comentó Patrick Lefevere, manager general del Deceuninck-Quick Step, al diario neerlandés Het Laatste Nieuws, sugiriendo cárcel para el infractor.
El tema va más allá y merece una explicación científica desde lo médico y sicológico para determinar los comportamientos de un atleta en medio de la adrenalina y cuando su mente se nubla en pos de una victoria, luego de recorrer, en este caso, 150 kilómetros.
Sin controlar impulsos
Ángela Agudelo, trabajadora social de la Universidad de Antioquia, comenta que este tipo de reacciones muchas veces no son planeadas.
“Simplemente se originan de forma instintiva, ni siquiera con la intención de hacer algo antideportivo”, advierte. Y agrega que “hasta llegan a ser ejecutadas inconscientemente”.
Para ella, lo que puede llevar a este tipo de actos es no tener claro un propósito en lo que se practica. “La guía es el resultado, no el corazón. Cuando el único objetivo es esto, sus protagonistas dejan de disfrutar la competencia y quizá lleguen a hacer otras cosas con tal de obtener el triunfo. Ahí lo que se requiere es trabajar la parte mental, pero más en su conexión con el ser”.
En la actividad deportiva se han visto otras conductas similares cuando un jugador de fútbol golpea a un árbitro o atenta contra otro rival, o el automovilista que saca de la pista a un adversario, o el boxeador que, impotente, le ocasiona lesiones distintas a un contrincante, o hechos que tienden a provocar la ira de otros (ver relación de casos).
El exjugador Jorge Agudelo, campeón de la Copa Libertadores con Once Caldas en 2004, dice que en el deporte, sobre todo en el fútbol, hay muchas mañas. “Yo que era centrodelantero recibía permanente intimidaciones de los rivales. Le dicen a uno, te voy a partir, te pisan y empujan sin el balón. A veces uno termina cayendo en el mismo juego para no dejarse borrar del partido”.