Enviado especial, Zipaquirá
Ni en Bogotá ni con políticos ni mucho menos en carro de bomberos quiso Egan Bernal que lo recibieran a su regreso al país tras convertirse en el primer campeón colombiano del Tour de Francia.
Su deseo era estar, de una con su gente, la de Zipaquirá.
Ese gesto generó mayor respeto y admiración entre sus allegados y habitantes de la localidad cundinamarquesa, quienes coinciden en que, desde niño, ha sido un “muchacho bien”.
“¿Sabe por qué es tan querido en el pueblo?”, dice su abuelo Álvaro Julio Bernal, a la vez que se responde, dejando escapar varias lágrimas de orgullo y sentimiento: “sencillo, por su decencia y amabilidad desde pelao. Sí, fue inquieto, pero solo para montar en bicicleta, eso se la pasaba para arriba y para abajo en ella por cuanta montaña hay por aquí, porque de resto siempre fue juicioso”.
El ciclismo, en sus venas
Gloria Bernal, floricultora y tía del pedalista, rememora que desde que su sobrino era prácticamente un bebé evidenció amor por las bicicletas.
“Es como si lo llevara (el ciclismo) en las venas. Imagínese que cuando tenía 3 añitos estaba montando en un triciclo, perdió el control y se pegó contra el borde de una escalera. Se le abrió la ceja izquierda y hubo que ponerle puntos. Nosotros ya no queríamos que se volviera a montar en ese aparato, pero al día siguiente no había poder humano que lo hiciera bajar de él”, relata emocionada.
Egan siempre fue de pocas palabras, muy tímido, pero respetuoso. “También aplicado, hogareño, nunca fue de fiestas”.
Recuerda que entre los 13 y 14 años, en una competencia de ciclomontañismo, en Chía, tuvo una severa caída; sin embargo, y pese al dolor, se paró y terminó campeón. Luego lo llevaron al hospital y le diagnosticaron fractura de clavícula. “Uno se sorprendía de sus alcances”, apunta.
Un valor que lo llevó lejos
Frente a sus inicios en el cross country, a los 8 años, su primer entrenador, Fabio Rodríguez, indica que era un alumno común y corriente, pero hay algo que lo hacía diferente: su disciplina.
“No tengo una queja de él, cada trabajo que se le ponía lo hacía sin reparar. Nunca decía no. Era uno de los primeros en llegar a la clase. Sorprendía su constancia, sus ganas de ser cada día mejor hasta me ayudaba animando a los demás corredores”.
A los diez años, en su primera competencia en Zipaquirá, y luego de zafársele una zapatilla, cruzó primero la meta.
Berenice Ariza, quien se desempeña como portera en la Institución Educativa Municipal Cundinamarca, donde estudió Egan, manifiesta que en varias ocasiones él iba al colegio en cicla. “Alguna vez llegó tardecito, pero uno lo dejaba pasar, es que cómo prohibirle a estas criaturas que vean clase, siempre fue sencillo y respetuoso”.
Esta mujer, de cachetes rojos, típicos en esta zona del país por el clima, comenta que es una de las fundadoras del barrio Bolívar 83, donde siempre ha existido una problemática social complicada y en el cual residió la familia Bernal.
“Por eso también lo recuerdo, y más porque se da uno cuenta que así en un barrio haya droga y otras situaciones difíciles, la persona que tenga sueños lucha por ellos y los alcanza; jamás lo vi en la calle haciendo cosas indebidas”.
Marina Méndez, profesora de Educación Física de aquel colegio, no olvida que Egan era un estudiante cumplidor, aplicado, correcto y calladito. “Muy reservado en sus cosas, bastante serio, se limitaba a responder lo que se le preguntaba. No era muy veloz para tomar apuntes pero sí para entregar a tiempo las tareas”.
Y se impresionaba cuando lo veía rodar los fines de semana hacia el alto del Páramo, rumbo a la salida del municipio de Pacho. “Esa subida es dura, pero él, con 12 años ya mostraba fortaleza. Yo siempre le decía: ‘te vi rodando ayer’ y el solo se reía e iba y se sentaba a poner cuidado en las clases”.
Un hombre de confianza
Uno de sus mejores amigos del corredor del Team Ineos, el también ciclista Brandon Rivera, quien empezó a competir con Egan en ciclomontañismo, dice que, a ojos cerrados, confía en él. “Lo valoro más como persona que por sus títulos. Tenemos una amistad sincera, nunca me dejó caer ante mis momentos difíciles, pese a su juventud me aconsejaba, me decía que tuviera paciencia, siempre me apoyó. La rivalidad que tuvimos solo fue competitiva. Su carácter hace la diferencia como persona”.
Con Brandon, Egan tenía un lugar favorito para visitar en Zipaquirá después de sus entrenamientos: el restaurante Casa del Chorro Francachela, ubicado en el parque de La Independencia.
“Después de sus prácticas por la represa del Neusa, donde su papá era celador, Egan venía con sus amigos y siempre pedía un postre llamado selva negra, a base de ponqué, relleno de frutos rojos y cubierto de chocolate por encima. Daba placer como lo degustaba”, cuenta su propietario, Hernando Franco.
“Este muchacho es una gran ‘papa’, buen tipo, serio, siempre atento. Y no decimos eso ahora que es famoso por lo del Tour, no, a él siempre lo teníamos como un joven de bien, con una bonita familia y respetado en el pueblo”.