“Le tocó la lotería cuando nación, tiene buenos genes”, suele responder el médico Íñigo San Millán, el cerebro del UAE en temas médicos, fisiológicos y de entrenamiento, cuando se le pregunta por Tadej Pogacar. Lo dice así, suelto, sin que le tiemblen las palabras, porque a decir verdad, es difícil comprobar que Pogi corra dopado, pues su pasaporte biológico asegura que, el esloveno, produce lo que produce, a nivel de hematocrito, desde que era un párvulo.
San Millán nació en Laguardia, pueblo de La Rioja, y es profesor en la Universidad de Colorado, en Denver, Estados Unidos. Cuida de Pogacar desde que tenía 14 años de edad, y de Juan Ayuso, el nuevo monstruo del ciclismo mundial, desde los 13.
Sobre ambos, comenta: “se destacan por su eficiencia metabólica y la capacidad para aclarar el lactato en las mitocondrias musculares”. Luego explica: “y eso se traduce en su elevado FTP [umbrales funcionales de potencia], que se mide por su capacidad máxima durante 20 minutos, pero no 20 minutos al principio del esfuerzo, donde hay muchos ciclistas con valores altos, sino tras tres o cuatro horas, y ahí son muy pocos los que hay como ellos”.
Otra forma de decirlo es que, tanto Pogacar como Ayuso, son capaces de oxigenarse rápidamente, a pesar de llevar varias horas de esfuerzo. Y el oxígeno lo es todo en el deporte, y en la vida.
Lo que cuentan otros, detractores que sospechan de Pogacar y otros portentos como Remco Evenepoel o incluso Egan Bernal, es que profesionales como San Millán o Adriano Rotunno, toman a niños con cierto talento, se los llevan a Estados Unidos y “los alteran genéticamente para que sus niveles de hematocrito siempre estén altos. Luego, cuando obtienen por primera vez el pasaporte biológico, es imposible detectarles el doping, pues pueden comprobar, gracias a su historia clínica, que sus cuerpos alcanzan esos valores.
¿Podrá Pogacar, con su genética predilecta llevarse el Tour?
Pogacar ya suma dos títulos del Tour de Francia y, desde mañana, buscará remontar para alcanzar su tercero, en los temibles Pirineos.
Serán, desde Foix, tres etapas para sentarse y no respirar, porque tanto el esloveno, como su gran rival Jonas Vingegaard, se han visto diezmados por las caídas y el covid, y sus respectivos equipos, UAE y Jumbo Visma, hacen agua.
De modo que, la batalla, será un sueño boxístico, uno contra uno, y quién sabe, tal vez un tercer contrincante saque ventaja, como por ejemplo, Geraint Thomas.
Mañana serán 178.5 kilómetros entre Carcassone y Foix, con el Muro de Peguere atado a un descenso final de 25 kilómetros, estrecho, grumoso, finísimo. Antes, en todo caso, habrá que pasar también Port de Lers, otra cima de primera en el kilómetro 125, donde quizás ya esté jugado y reventado el pelotón de favoritos.
Allí ganó Barguil, en 2017, francés que también se bajó de la caravana, enfermo por la gripe.
La etapa 17, el miércoles, la defensa del liderato será con uñas, dientes y temblor en las pantorrillas. Habrá que superar el Col d’Aspin, primero, y la Hourquette d’Ancizan, después, para entonces adentrarse en el infierno con Col d’Azet y, en el tramo final, del puerto de Peyragudes, el tercer puerto más alto del Tour 109.
Hutacam, el jueves, cerrará el tríptico pirenaico de este año. Ataques de largo aliento, pesadillas con el frío y el viento, emboscadas y serruchos subiendo y bajando y, finalmente, la batalla larga y tortuosa del Hutacam, donde cualquier aspiración podría marchitarse, ya sea para Pogi, o para el mismo Vingegaard.
El oxígeno y el hematocrito, pero sobre todo las piernas, dirimirán la batalla entre los nuevos monstruos del ciclismo mundial, todos ellos bajo sospecha, y sólo por ser los mejores.