Del niño extrovertido que caminaba descalzo por las polvorientas calles del barrio R9 o en el puerto de Buenaventura, vendiendo pescado con su mamá Carmen Luz Torres, solo queda el recuerdo.
Óscar Rivas (34 años), quien estuvo a un combate de ganar medalla en el boxeo de los Juegos Olímpicos de Beijing, y acaba de coronarse como primer campeón mundial de la nueva categoría WBC del peso bridgerweight, está recogiendo los frutos de su esfuerzo, dedicación y perseverancia. Ni las adversidades han logrado quitarle la ilusión.
Su camino arrancó en Buenaventura. Esas primeras imágenes de la infancia regresan a su mente cuando la nostalgia lo invade para recordarle de dónde salió y todo lo que ha logrado con sus puños.
Él era feliz en la calles del barrio compartiendo con sus amigos los juegos infantiles, pero su primo Edixon Montaño (ya fallecido), preocupado por el futuro del chico, decidió llevarlo a un entrenamiento de boxeo, le dio sus primeros guantes. En el cuadrilátero, el técnico Rafael Sanclemente le enseñó los secreteros de esta disciplina y le mostró la ruta a seguir.
Fue así como se enamoró de los guantes y empezó a entrenar, fortaleciendo y potenciando su contextura física: era un joven musculoso con 1,87 metros de estatura y 97 kilos de peso que lo hacían sobresalir por donde pasaba.
Luego, su vida dio otro giro. Llegó a Cali y allí en la casa de su abuelo materno aprendió el oficio de la construcción. Con sus manos y con los primeros aportes que le dieron por su desempeño, le construyó una casa a su mamá en el barrio Polvorines, sector popular en una de las laderas de Cali.
En esos primeros años también experimentó en un montallantas, pero ese oficio no le gustó, pues el barro, el aceite y la grasa lo aburrieron. A la par de los logros deportivos llegaron los incentivos económicos del programa Deportista Apoyado, lo que le permitió concentrarse más en su preparación.
En las justas de Atenas-2004 no pudo figurar y en Beijing-2008 quedó a una pelea de luchar por una medalla. En 2009 pasó al boxeo profesional y se radicó en Canadá, país en el que reside desde hace 11 años, y donde encontró las mano amiga del también boxeador Eléider Álvarez, a quien considera “un hermano”. Allá vive con su esposa y sus dos hijas, Nicol Stéfany (12 años) y Dalhyana (9).
¿Qué recuerda de la pelea?
“Fue dura, mi adversario es fuerte y las manos aún me duelen de todos los puños que me tocó darle, solo pensaba en ganar”.
¿Sintió temor de que pasara lo del 2019 cuando por decisión de los jueces perdió ante Dillian Whyte?
“No pensé mucho en eso, pero sí tengo que decir que lo que pasó en 2019 marcó mi vida, me mostró más al mundo y toda mi lucha hizo que se diera esta nueva categoría en la que ahora soy el campeón mundial, y eso me llena de alegría y orgullo”.
¿Cuáles han sido esos momentos duros en su carrera?
“Lo más difícil fue cuando tuve una lesión en el ojo derecho, que casi me deja por fuera. Se me desprendió la retina en un entrenamiento y tuve que trabajar mucho para volver, porque tenía que contar con el visto bueno del médico. Nunca desistí, siempre pensé que podía volver”.
¿En algún momento pensó en retirarse del boxeo?
“Fueron cinco años duros, pero a pesar de las dificultades siempre quise regresar y luchar”.
¿Qué viene ahora para usted?
“Seguir trabajando, entrenando duro, porque en unos meses espero estar defendiendo mi corona. Primero quiero ir a Colombia, hace dos años no lo hago. Estaré en Bogotá haciendo gestiones para traerme a mis dos hijos que están en Cali y espero visitar la ciudad, compartir mi alegría con los míos”.
¿Cuándo será esa pelea?
“Espero que en marzo, por ahora quiero pasar diciembre con la familia, tranquilo, sin tanta presión, pero entrenando porque debo seguir fuerte”.
¿Sus hijos gustan del boxeo?
“Óscar Fabián (14 años) y Mike Jhoer (12) practican, pero les digo que este deporte es duro. Los apoyo y les digo que tienen que ponerle disciplina y ganas”