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“Si hubiese ganado el Tour de Francia nadie me recordaría”. La frase, que da cuenta del mordaz humor que caracterizó al ciclista francés Raymond Poulidor, resulta atronadoramente verídica.
Porque si bien es cierto que desde que los griegos inventaron el triunfo y la derrota en sus Juegos Olímpicos, el resultado ha regido con mano de hierro en el deporte. Algunos rebeldes, poquísimos en todo caso, han logrado burlar la premisa de que nadie se acuerda de los segundones.
La muerte, el pasado domingo, de Stirling Moss sirvió como recuerdo de ello. Ser cuatro veces subcampeón de la Fórmula 1 no le impidió al británico ser merecedor de los más grandes reconocimientos de este deporte y ubicarse en el panteón de los mejores.
Su caso se asemeja al del pedalista Poulidor, el piloto de GP, Dani Pedrosa; la Selección holandesa de fútbol y el tenista David Ferrer, entre otros.
Generalmente sus nombres conforman listados de notables infortunados en los que se relatan sus luchas, así como los pecados de haber fallado en el momento decisivo o coincidir con verdaderos prodigios. Sin embargo, la realidad va más allá, al menos así lo cree el historiador Miguel Merino Loaiza.
“Más que perdedores emblemáticos, cuando se revisa en detalle la carrera de estos personajes se encuentra que, incluso, muchos de ellos lograron algo superior al mismo éxito”.
Por ejemplo, describe Merino, “la Holanda de la década del 70, que no pudo hacerse con el Mundial, redefinió el fútbol moderno con su estilo de juego vanguardista; Stirling Moss aparece en todos los estudios basados en evidencia científica y estadística como uno de los mejores pilotos al lado de Ayrton Sena, Juan Manuel Fangio y Michael Schumacher (todos estos ganadores), hay decenas de campeones de la F1 que sueñan con un honor semejante”, explica.
Sin embargo, para los puristas de la competencia deportiva, nada tiene el matiz y la importancia del primer lugar. Razones y argumentos no les faltan, pues de no ser así, el podio, inventado por los canadienses hace 90 años para darle realce al vencedor, no se replicaría en cada uno de los eventos que tengan carácter competitivo alrededor del mundo.
De todos modos a estos rebeldes, a quienes no les fue dado el oro y los laureles, pero sí el reconocimiento imperecedero, seguirán dándole razón a Borges, quien dijo una vez que “la derrota tiene una dignidad que la ruidosa victoria no merece”.