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Correr sin ver es un acto de fe

En la pista de atletismo, los deportistas con discapacidad visual se encomiendan 100 % a su guía. Con esto, EL COLOMBIANO cierra la serie de siete artículos sobre deporte paralímpico.

  • Ni la lluvia detiene a los atletas en situación de discapacidad visual, ni a sus guías. Otra muestra de su osadía. FOTO donaldo zuluaga
    Ni la lluvia detiene a los atletas en situación de discapacidad visual, ni a sus guías. Otra muestra de su osadía. FOTO donaldo zuluaga
25 de abril de 2017
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De por sí, recibir un tapaojos ya genera un poco de zozobra en los movimientos. Es como ver ese objeto que va a condicionar la forma de actuar en una pista de atletismo. Una persona que sufre de discapacidad visual ya no siente ese miedo, como lo afirma Maritza Arango.

Al momento de ponerse ese elemento, el cuerpo siente una desubicación completa. El temor a caminar se apodera de las sensaciones y la primera acción es estirar un brazo y quedarse quieto.

“Siga mi voz, es por acá”, las palabras accionan las piernas, las cuales tienen un paso lento, una pisada firme y una fuerte exhalación.

Todo es oscuro, aunque, a diferencia de los deportistas con limitación visual, hay cierto destello de luz. Al tocar una barrera que sirve de muro divisorio entre los camerinos y la pista del estadio de atletismo Alfonso Galvis de la unidad Atanasio Girardot, llega la relajación y las manos se aferran con todas las fuerzas.

Lentamente se entra a la pista. La voz masculina, que es la de Jonathan Sánchez (guía y atleta profesional), expresa que es hora de pasar al escenario a realizar la entrada en calor. Él comparte la manilla a la que uno se debe aferrar fuertemente.

El guía lleva la batuta de todo. La confianza es absoluta en todo lo que indica con la fuerza que imprime sobre el artefacto y su voz, que marca el camino.

Para dar la primera prueba y ver cómo equiparar las zancadas –Jonathan mide cerca de 1,80 m–, pide caminar una distancia mínima, en vía recta.

Los pies parecen desviarse, los ojos tratan de salir de aquel objeto que los tapa, pero no hay de otra: ya se está en marcha.

Es sencillo el reto. Ya hay más empatía y llega el primer trote. Los músculos han dejado la tembladera y entran en sintonía, aunque en cada centímetro recorrido hay cautela que no deja dar el máximo.

“Es normal, hay que acoplarse, sobre todo porque hay que velar para que el atleta nunca se salga de su línea y guardar una distancia prudente para no chocarse”, relata el hombre de la batuta.

Regresar al punto de partida genera más tranquilidad, siempre sin soltar la manilla. Piensa uno que ya le cogió el tiro al correr en condiciones similares a las de una persona con discapacidad visual.

Hay otros ejercicios de elevación de rodillas y taloneo que hacen creer que ya puede correr los 100 metros con facilidad, así le haya tocado correrse en algunas ocasiones para no chocarse con las decenas de deportistas que se entrenan en la pista del Alfonso Galvis.

Jonathan dice que es la hora de la verdad. Explica cómo debe doblarse la rodilla derecha y acomodarla sobre el suelo, alargar la pierna izquierda y ponerla en punta, y esperar el disparo –en esta ocasión se reemplazaba por el “en sus marcas, listos, fuera”–.

Luego de 30 segundos del protocolo previo, la señal se escucha y el cuerpo se mueve por inercia. Las piernas ya no tienen esa intermitencia de los pasos cansinos, van firmes, aunque la mente, la gran maquinadora de todo, no pierde el temor a una caída, un choque o un simple desgarro. Eso provoca que no se dé el 100 % de la velocidad máxima, al menos para quienes corríamos por primera vez en las condiciones narradas.

Se alcanzan a pensar muchas cosas en esos casi 100 metros –porque el guía decidió detenerse antes–, todas orientadas por la inexperiencia.

Al final, la primera reacción es despojarse del tapaojos y darse cuenta de lo duro que es correr para alguien que padece una situación de ceguera completa. No obstante, como relata Maritza, es producto de la costumbre y de la pasión que se le imprime a la hora de salir por las medallas y encontrar una luz en este camino, que para un desprevenido puede ser de oscuridad, pero para ellos es una oportunidad más de vivir.

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