El “oe, oe, oe” daba el primer aviso de que los competidores del Urban Bike Medellín comenzaban su descenso, desde la Plazoleta la Candelaria de Santo Domingo hasta la estación Popular del metrocable (un kilómetro).
Los golpes de un palo contra un rin de bicicleta y los pitos intensificaban el arribo de cada uno de los 92 arriesgados participantes, haciendo que la gente guardara silencio como si los ciclistas necesitarán toda la concentración para bajar por los angostos y mojados callejones de esos barrios.
Alrededor de la curva más exigente de todo el trayecto, a 200 metros de la partida, se agolpó la mayoría de público: terrazas, calles, ventanas y balcones estaban atestados de niños, jóvenes y adultos, que compartían desde una michelada –algunos para pasar el guayabo–, hasta empanadas y dulces, mientras pasaban los avezados competidores.
“Esto nunca se había visto por acá, es muy lindo ver cómo la gente del barrio se congrega alrededor de la bicicleta”, comenta Héctor Zea, quien lleva 25 años viviendo en Santo Domingo.
Las tablas de madera, que incidían en el giro de casi 90 grados, no eran garantía para muchos, que en vez de seguir con el salto a la rampa que los esperaba, preferían bajarse de sus bielas. El primero que voló, incluso, se fue contra los espectadores al no poder controlar bien la técnica.
No obstante, el primer osado que la completó y siguió colina abajo sin problemas fue Lorenzo Cadavid, un paisa de 19 años que lleva ocho de ellos dedicados al downhill. “Es que ese recorrido de hoy estaba muy profesional, demasiado complicado, en especial esa curva... con decirte que casi me caigo porque es muy duro tener control de la bici”.