La carrera se abrió oficialmente en el kilómetro 1 y en el 2 Santiago Buitrago ya andaba volando como hoja de cedro entre las praderas de Brescia, en Lombardía. Volando, más bien, como las águilas que cazan liebres entre los pinos del Parque Natural Sozzine o en Adamello.
Comenzaba, apenas, una de las grandes jornadas del Giro 105, entre Ponte di Legno y Lavarone, y y como soldados Viet Minh que, en la Guerra de Vietnam, surgían de debajo de la tierra para cortarles las piernas a los mariners estadounidenses.
De uno en uno saltaron de las entrañas del pelotón Ciccone y Bowman, contendientes por la maglia azurra de la montaña y después de ellos, una completa desbandada que terminó formando un grupo de fugados con más de 20 integrantes.
Y de largo se fueron, dejando atrás el Sol y los destellos diamantinos del Lago Garda, y las cuestas nevadas, con sus cumbres solitarias, comenzaron a ser paisaje recurrente, como recurrentes las lágrimas de agua helada atravesando esos peñascos tan antiguos como los imperios de Roma, Bizancio y Carlomagno.
En ese grupo de intrépidos viajaba también Fernando Camargo, otro joven colombiano con los ojos llenos de ilusión. Y el lote les dio la bendición, y dejó que se fueran y se perdieran en esas carreteras remotas, y que lucharan ellos por la victoria parcial en Lavarone, si es que eran capaces de afrontar las “muelas” de ese serrucho de Trentino, en la frontera con Suiza.
Buitrago, henchido de valentía por sus jornadas en Genova y Cogne, tiraba fuerte en la punta, soltándoles viento a las ruedas de portentos como Van der Poel, Guillaume Martin, Thymen Arensmann, Fortunanto, Covi y otros tantos aventajados del pelotón, curtidos ya en cientos de batallas.
Los kilómetros se fueron consumiendo bajo las ruedas de los fugados y uno que otro se iba quedando abandonado en el camino, a la espera de ser recogidos por la “escoba” de la multicolor caravana.
Uno de los primeros en ceder fue Camargo, a quien todavía no le sientan los aires europeos, aunque lo intenta. Pero Buitrago insistía, como única bandera de la convulsa Colombia, como un mensaje alado de esperanza, tan roja su cara como su uniforme, y su bicicleta parecía romper los bucles de aire caliente que se formaban en cada curva hacia el horizonte.
Y mientras él volaba en el frente, su líder de equipo, Mikel Landa, zarandeaba a los favoritos, los ponía en guardia.
Tampoco escaseaban los ataques en la punta. Van der Poel, primero, Martin después, Leemreize con su Cervelo incendiada. Todos querían un pedazo de montaña y toda esa bocanada de gloria en la meta de Ghiongi. También la anhelaba Buitrago, quien en cada pedalazo recordaba a Chepe González, a Felipe Laverde, a Lucho Herrera, a Cochise, a Rubiano, a Arredondo, a Quintana, a Egan e incluso a Superman López, vencedor en una etapa del Giro de Trentino, en 2018, con paso por Lavarone.