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“Papá, me baño cortico porque no ha llovido”, me dijo mi hija, de menos de cuatro años, unos días atrás.
Hace poco tiempo recibí una invitación virtual para ver un video llamado “The man who planted trees”, una historia alegórica escrita en 1953 por el francés Jean Giono y que cuenta la historia de Elzéar Bouffier, un pastor viudo que decide dedicar varias décadas de su vida a sembrar árboles en un valle desolado, que terminó siendo un bosque frondoso que daría alegría a sus miles de habitantes futuros. Es la historia de quien sin saberlo, y tal vez sin intención, mejoró la vida de miles. Vale la pena ver el video, disponible en youtube... ¿Por qué hago alusión a este video? Porque al final del camino depende de nosotros el impacto de nuestras ocupaciones.
Por eso creo que debemos dar buen uso al mercadeo, y utilizarlo como un motor de cambio de nuestra sociedad. El mercadeo es un proceso administrativo en el que individuos y empresas intercambian necesidades, con el fin último de crear valor, que al final es su razón de ser. Sin embargo, en nuestra sociedad hay una visión cortoplacista de esta actividad, viéndola como una simple herramienta de ventas en lugar de pensarla como motor de cambio.
Desde la invención de Walt Disney y su impacto sobre el planeta entero, desde Picasso y su influencia global, desde McDonald´s y la comida rápida, todo lo que nos rodea es fruto del mercadeo, herramienta que puede transformar el planeta. Las empresas, sin importar su tamaño o sector, a mayor o menor escala, deben entender ese fin superior. Debemos pensar cómo cada acción que emprendemos puede transformar de forma positiva nuestra sociedad y crear un sistema sostenible para nuestros hijos.
Colombia Magia Salvaje es precisamente un ejemplo de eso. Nació con el objetivo de mostrar una Colombia que no habíamos visto, con el propósito de generar entre los colombianos orgullo y pertenencia por los ecosistemas y riquezas del país, invitando así a cada ciudadano a ser un guardián de su conservación. Al final, sin temor a equivocarme creo que el objetivo se logró, con 2.4 millones de espectadores, se convirtió en la película colombiana más taquillera de todos los tiempos.
Durante su concepción y desarrollo muchas veces llegó la pregunta obligatoria: ¿por qué una empresa privada hace una película de este tipo? Era sin duda una apuesta riesgosa, en la que a través de la cultura y el arte, del cine y la música, se llevaría un mensaje positivo sobre Colombia, alejándose de los estereotipos e imaginarios que hemos creado con nuestro cine y televisión.
He ahí uno de los roles fundamentales del mercadeo y del arte: hacernos soñar, reflexionar y pensar en una forma distinta de realidad. Noventa minutos de concentración frente a la pantalla, sin distracciones y en silencio, deben tener un objetivo superior: educar y construir sin tener que perder su esencia de entretener y ser rentable.
¿Puede así el arte cambiar nuestra forma de pensar y de vivir como sociedad? ¿Tienen entonces el arte y la cultura una responsabilidad mayor frente a temas del país como reconciliación, memoria y desarrollo?
Por eso el mercadeo debe ser social, con alma y real, además de rentable. Cada empresario debería pensar en qué rol le está dando y si lo está subutilizando. Vivimos tiempos de múltiples opciones, mayor competencia y consumidores más enterados, que buscan identificarse con las marcas que consumen, y que creen menos en la publicidad. Por eso frente al mercadeo se plantea una necesidad de cambio si queremos que siga siendo efectivo.
El mercadeo tiene poder, hace milagros, crea conciencia, construye o destruye y tiene la capacidad de hacernos soñar. Y a pesar de caer en el peligro de sonar romántico para muchos, hagámoslo bien, con responsabilidad y en la búsqueda de un fin mayor, para nosotros mismos y para nuestros hijos .
Este artículo se publicó en el aniversario 104 de EL COLOMBIANO, con Fonseca como director invitado.