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¿De la pasarela a la vida real?

Hay prendas conceptuales, que parecen disfraces, que hablan mucho de la creatividad y las tendencias.

  • De izq. a der: Alexander McQueen (2006), John Galliano para Dior (2006), Dolce Gabbana (2019) y Moschino (2017). FOTOS reuters y sstock
    De izq. a der: Alexander McQueen (2006), John Galliano para Dior (2006), Dolce Gabbana (2019) y Moschino (2017). FOTOS reuters y sstock
24 de julio de 2019
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En febrero de 1966 el diseñador español Paco Rabanne se independizó, después de trabajar para Balenciaga, Cardin, Givenchy y la casa Dior.

Para hacerlo, por todo lo alto, realizó un desfile de 12 “vestidos inllevables”, hechos de placas de plástico. La escritora Charlotte Seeling, autora del libro Moda, el siglo de los diseñadores, cuenta que tres meses más tarde, las bailarinas de un club nocturno “lucieron su ropa de playa de plástico. Y en septiembre de ese año, el diseñador mostró su primer modelo de aluminio, en combinación con piel y plumas de avestruz”.

Generó tendencia. “Las heroínas de los años setenta llevaron mallas de Paco Rabanne, confeccionadas con ganchos, corchetes y pinzas en lugar de hilos y hebras”, precisa Seeling. Su lema “no seducir sino sorprender” siguió vigente hasta su retirada a mediados de 1999.

Rabanne es uno de los tantos ejemplos de esos diseñadores que presentan sus propuestas en los desfiles de moda y que generan en la gente la inquietud, ¿y eso quién se lo va a poner?

No es para la calle

De esa ropa voluptuosa, con excesos, menos discreta y más opulenta no se hace sino una pieza y hay dos opciones, o se vende o se guarda.

La consultora de moda Chía Jaramillo explica que hay diseñadores que las conservan como parte de su archivo personal. “Si miramos a través de la historia los museos han recopilado estas prendas de grandes diseñadores para generar exposiciones, unas retrospectivas que están conectadas con esas piezas”.

Esa ropa, exagerada y que puede haber catalogado de extraña también se vende, “normalmente al otro día, después del desfile, hacen una venta privada. A ellos les vale mucho dinero hacerlas, en especial porque requieren telas especiales, tienen costos de confección muy altos. Es una manera de recuperar ese dinero. Pero no todo se vende de todos modos”, anota Jaramillo.

Los italianos

Los excesivos años ochenta –precisa la escritora Seeling en su libro– vieron nacer un nuevo estilo cercano a Italia y a su moda, “uno extravagante que quedó ligado a la ciudad de Milán”.

Jaramillo comenta que los italianos son muy exagerados, “eso hace parte de su expresión cultural, lo han heredado a través de su historia y está expresado en las propuestas de moda que ellos han mostrado, hay ejemplos como Versace, superexagerado y también Dolce & Gabbana”.

Los nacidos en la península itálica han marcado tendencia, pero no hay que dejar de lado a los diseñadores franceses y británicos, nombres como Emanuel Ungaro, Vivienne Westwood, Issey Miyake, Alexander McQueen, Christian Lacroix, John Galliano y Franco Moschino presentaban sus propuestas para el día a día acompañadas de esas impactantes.

Jaramillo explica que las pasarelas, en general, están compuestas por unas piezas representativas del diseñador y otras que potencializan un concepto o una idea, “esa que ellos quieren presentar y que genera prendas únicas, no se hace sino una y ya, pero será la que influye y sensibiliza al consumidor sobre las tendencias que van a ver”.

Entonces si hay un bolero exageradamente grande, “de esos desproporcionados, se convertirán luego en un modelo que el consumidor se pueda poner. Unos énfasis en las faldas, finalmente se volverán en unas faldas fluidas. Es potencializar una idea concreta que tiene el diseñador a través de la exageración”.

Cuenta la escritora Seeling que para los diseñadores, el momento desencadenante, la primera idea para una colección, “sigue siendo tan individual como antes. La literatura, el cine, la pintura, una escultura, un vieja, personas o culturas extrañas, cualquier suceso en sus vidas puede servirles de inspiración”. Precisa que en general los une una gran pasión: el arte.

Y hay prendas, de esas que algunos pudieron haber tachado de “raras”, que son consideradas obras de arte, que más de un excéntrico artista llegó a usar y que hacen parte de las muestras de museos: el Tokio Pop (1973), traje psicodélico que lució David Bowie, diseñado por Kansai Yamamoto; el corsé de conos que hizo Jean Paul Gaultier para Madonna en 1990 y el vestido galáctico que usó Lady Gaga en los Grammy de 2010, firmado por Giorgio Armani.

Desde la ironía, hasta lo iconográfico, lo estrafalario y lo impensable, la moda se nutre de estas propuestas. “Generan tendencias y validan las manifestaciones estéticas de los diseñadores”, concluye Jaramillo.

Tal vez una persona no se pondría esa ropa para ir a trabajar, quizá ni para un disfraz, pero hacen parte de la historia de la moda.

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