En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.
En 1983, el presidente Betancur nombró a la pianista antioqueña Teresita Gómez agregada cultural en la antigua República Democrática Alemana. En lo que se podría reconocer como un viaje de ida y vuelta, además de aumentar repertorio europeo a sus ya conocidas interpretaciones de Beethoven y Chopin, nuestra virtuosa tuvo la oportunidad de sembrar en otros lares la semilla de la música clásica colombiana, para piano, de cámara y de salón. En contravía del aprecio que cierta parte del público europeo manifestó, gracias a ella, por las danzas de Adolfo Mejía Navarro, las Bambuquerías de Luis Antonio Escobar o los Trozos en el sentimiento popular de Guillermo Uribe Holguín, a su regreso a Colombia la ortodoxia criolla dictaminaba, tajante, “Teresita se volvió populachera”.
Pasado todo este tiempo, a quien tenga dudas acerca de la calidad de los repertorios nacionales, los invitamos no solo a buscar el trabajo debut de Teresita, A Colombia, que celebra 40 años en 2023, sino estas dos piezas que, desde la escena foránea, avalan la riqueza de unas sonoridades auténticas, permeadas por nuestro propio sentido de lo popular pero finamente pergeñadas como trabajos de carácter académico.
En principio, nos llega la noticia de una publicación japonesa con piezas colombianas adaptadas al lenguaje de los dos pianos. Las transcripciones y adaptaciones fueron hechas por Miguel Sosa, para ejecución al lado de su colega Yuko Kusuyama. Explica Sosa en los textos del trabajo: “La idea de transcribir y arreglar 21 danzas de la región central de Colombia es el resultado de la curiosidad y el deseo de producir partituras que documenten la estructura de la música colombiana del centro de ese país. Siempre me ha llamado mucho la atención la yuxtaposición de estructuras sonoras: la combinación de ritmos y melodías que resultan en una experiencia enriquecedora al hacer música en conjunto”. Gracias a ese interés, este trabajo doble presenta arreglos de bambucos, pasillos, joropos, marchas, valses y danzas de Luis A. Calvo, Pedro Morales Pino, Milciades Garavito, Bonifacio Bautista, Emilio Murillo y el argentino Terig Tucci, entre otros, en presentación de CD doble.Del otro lado, el álbum Acuarelas colombianas, recientemente presentado por el sello italiano Egea, es de alguna manera el resultado del interés que su curador, el italiano Antonio Miscena, ha ido cobrando alrededor de los repertorios nacionales, cuya riqueza ha descubierto en su papel de director del Festival de Música de Cartagena desde hace varios años. Lo que ha sucedido allí en los últimas tres o cuatro ediciones es proverbial para la puesta en escena del trabajo de compositores de escasa recurrencia en los conciertos de su propio país como Antonio María Valencia, los ya nombrados Mejía Navarro y Uribe Holguín y el superviviente Luis Carlos Figueroa, quien este año celebrará su centenario de vida. Piezas de este puñado de creadores han sido incluidas en este álbum pionero, con dirección y violín solista de Leonardo Federico Hoyos y la flauta de Cristian Guerrero. Sobresale la grabación de la pieza Acuarelas colombianas del sucreño y cartagenero por adopción Adolfo Mejía Navarro, que en 1950 llevaba, por primera vez en un formato académico, el compás de una cumbia del Caribe. Las presentes producciones son dos reconocimientos de la valía de nuestros lenguajes clásicos entre finales de siglo XIX y todo el siglo XX. Que ello sea un acicate para que los responsables de la salvaguarda de este tesoro sigan porfiando por su circulación oportuna.
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