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10 cosas que nos hacen criaturas extrañas

11 de agosto de 2009
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¿Habrá algo más extraño que un humano? Una maravilla de la evolución, o un ser contradictorio. Amoroso, o cruel y vengativo.

Trajo New Scientist un artículo sobre 10 características que no tienen explicación, pero que son parte del ser humano. Resultan jocosas, sorprendentes y hasta fastidiosas para algunos.

La primera: en una especie reconocida por manipular con inteligencia a los demás, esas ansias de contar las trampas que hacemos, no tienen justificación.

Segunda: La risa. Reímos más por cosas banales que por chistes. Robert Provine encontró 2.000 instancias en las que reímos, casi todas por bobadas. ¿Para qué?

Tercera: El grueso vello púbico. Es único entre primates, en los que es más suave que en el resto del cuerpo. Robin Weiss dedujo y publicó en el Journal of Biology que en algún momento evolutivo se hizo más grueso. ¿Por qué?

Cuarta: En grandes simios, el tránsito de la infancia a la edad adulta se cumple sin traumatismos. Para los humanos, esa transición es complicada. David Bainbridge, de la Universidad de Cambridge, sostiene que hace 800.000 a 300.000 años evolucionó la adolescencia, según restos fósiles. En esa etapa se produce una reorganización del cerebro. Para él, se trata más de demostrar la capacidad psicológica y social de negociación, que un asunto de madurez sexual.

Quinta: Pocos científicos creen en la explicación freudiana de que los sueños son la expresión de los deseos inconscientes. El porqué soñamos sigue fascinando.

Sexta: altruismo. Nacemos egoístas. Incluso si somos amigables con nuestra familia, es porque hay pago: compartimos genes, así que ayudándolos buscamos asegurar nuestra inmortalidad genética, como explica Richard Dawkins en El gen egoísta. ¿Por qué somos altruistas?

Séptima: el arte no tiene explicación firme. Para Darwin tiene sus raíces en la selección sexual. Para Geoffrey Miller, es una costosa exhibición de bienestar evolutivo. Para John Tooby y Leda Cosmides, de la Universidad de California, puede ser una manera de aprender aspectos del mundo que nuestro cerebro no está equipado para tratar cuando nacemos.

Octava: No hay razón para la superstición, pero es común. Somos deterministas: creemos que lo que sucede se debe a algo previo. Nuestro cerebro, explica Bruce Hood, de la Universidad de Bristol, está diseñado para detectar estructura y orden. Esta combinación nos haría supersticiosos, a pesar de no resistir el examen racional.

Novena: El deseo de besar. No en todas las culturas se practica el beso amoroso. No está en nuestros genes, pero es reconfortante. Se especula que estaría ligado a la toma de alimento materno. O a la búsqueda de comida: nuestros ancestros eran atraídos por los frutos rojos, maduros, por lo que se adquirió esta característica con fines sexuales: el color de los labios y genitales.

Décimo: hurgarse la nariz. Hasta el presidente francés Nicolás Sarkozy fue captado con el dedo bien adentro. En 2001, Chittaranjan Andrade, del Instituto de Salud Mental y Neurociencias de India, obtuvo un Ig Nóbel (premio organizado por una revista de humor) por detectar que 4,5 por ciento de quienes tenían esa práctica, comían el resultado de la misma. No alimentan nada, pero en 1966, Sidney Tarachow, en la única investigación seria conocida, halló que quienes lo hacían, consideraban que tenían buen sabor.

Ya lo ven: somos a la vez inteligentes y poco cuerdos.

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