- Una arqueología: la balsa muisca.
- Una arquitectura: el centro histórico de Cartagena con sus murallas.
- Una artesanía: el sombrero vueltiao, de los indios zenúes.
- Un poema: 'Morada al sur', de Aurelio Arturo.
- Una novela: 'Cien años de soledad', de García Márquez.
- Una obra plástica: 'Shibboleth', grieta en la Tate Modern, de Doris Salcedo.
- Una película: 'Los viajes del viento', de Ciro Guerra.
- Una canción: 'La pollera colorá', de Wilson Choperena y Juan Madera.
Estas son las ocho maravillas del mundo colombiano. No naturales sino culturales, hechas por el hombre. Obras cumbre que encabezan el canon de las diferentes artes.
La escogencia de algunas levantará polémica, porque son recientes, sus autores están vivos y en plena producción. Se dirá que no alcanzan la consagración del tiempo ni se sabe por tanto si tendrán vigencia en la posteridad. No obstante, aquí se proponen como apuesta y desafío.
Cinco tienen ubicación en la Costa Atlántica, comarca de confluencia sin par de topografías, migraciones, civilizaciones, etnias, ritmos.
La de más reciente notoriedad, otorgada por la muerte de su creador, 'La pollera colorá', es hoy ocasión para elaborar este listado incompleto. Había que ubicar esta cumbia en tamaño elenco, para que brillara su alcurnia.
Más que en oro, papel, piedra, pantalla, clarinete, concreto o caña, estos productos del espíritu están grabados en mente y corazón del pueblo. Son barro de que está hecha la nacionalidad. No son elementos oficiales ni consagrados por decreto. No se destacaron tras discusiones de academia. No son bandera ni himno nacional.
Unas fueron elegidas por votación pública. Otras, precisamente las más nuevas, no han recibido acogida de medios masivos, a altura de sus merecimientos. Tal vez conmuevan, como toca, a futuras hornadas de colombianos cuando pase la niebla de frivolidad y lucro privado que hoy nos ciega.
Se levantan frente a la eternidad como vibraciones aquilatadas de pavores y masacres, nostalgias y arrebatos, infancias perdidas y paciencias. Nos redimen del pretérito, conforman el gusto por el trópico, aseguran destino para los huesos.
Las maravillas no se quedan quietas, como sí se coagularon el Veinte de Julio, la gloria inmarcesible y el pesebre. Cada colombiano alberga hacia adelante una de ellas.
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