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A falta de papás, a bebé guacamayo lo acogió un familión

12 de mayo de 2010
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Las cosas de la vida: ayer, a las tres de la mañana, el guacamayito al que se le perdieron sus padres hace una semana tuvo su primer viaje, pero curiosamente no con sus propias alas sino en una camioneta.

Iba desde el municipio de Barbosa a la zona de El Poblado, en Medellín, un viaje largo para un pichoncito que aún no sabe volar.

El destino era la misma unidad residencial donde probó sus alas por primera vez y se lesionó al quedar enredado en un árbol.

En la madrugada ya estaba el bebé con un grupo de varias personas del CAV -Centro de Atención y Valoración de Fauna Silvestre-, liderado por el biólogo marino Víctor Vélez Bedoya, con la misión de lograr el reencuentro de la familia guacamayo.

A la llegada, el pichoncito se quedó en su jaula envuelto en cobijas, luego se paró tranquilo en una banca a esperar a sus papás con las plumas de la cabeza paradas. ¿Habrá sido por la emoción?

Fue un momento especial, dramático, con unas 15 personas a la expectativa, aunque el pichón ni se inmutaba. Se veía armónico, comparado con los 30 ojos que miraban con ansiedad al cielo, que al fin no ayudó a que los padres llegaran.

Una pareja que vive cerca de la unidad donde ocurrió toda la historia cuenta que llevan observando y alimentado con cacahuetes a los papás guacamayos hace cuatro años y que además han seguido todo el proceso del nacimiento del guacamayito, desde el nido, en una palmera.

Por esto, la última esperanza fue llevar al pichón al nido. "Deseo que los padres bajen, lo reconozcan y alimenten, eso sería lo ideal. Pero el día está frío y eso hace que los guacamayos no se muevan tanto", opinó Víctor Vélez.

Infortunadamente, las nubes empezaron a mojar y se tuvo que detener el intento para que el pichón no se enfriara ni se enfermara.

"Un fracaso, lo dejaron esperando", fue la primera reacción de una persona, estimulada por el deseo de ver a la familia de aves abrazándose y queriéndose. Ese sentimiento le hizo olvidar que los animales silvestres no viven en las mismas condiciones que los humanos.

Por esto, la historia continúa y la esperanza del bebé sigue más fuerte que la llama de los juegos olímpicos. Porque no puede haber un mejor hogar donde el pichón se prepare para su nueva vida y familia que en el CAV.

Un sitio completamente dedicado a animales silvestres, manejado por personas profesionales, con un amor infinito que los consideran amigos y los tratan como si fueran reyes, situación que contrasta con algunos humanos que trafican con ellos y los maltratan.

"Lo importante es crear una conciencia para que la gente no compre fauna silvestre", advierte el biólogo marino Víctor Vélez Bedoya.

La historia tal vez no termina como un cuento de hadas, pero sí muy natural.

El pichón, en unos tres meses, volará con sus amigos por el Valle del Magdalena o el río Cauca y los padres pondrán un nuevo nido y seguirán igual de enamorados.

Y quién quita que a lo mejor la casualidad los haga reencontrarse en una palmera lejana aunque, eso sí, en plena libertad.

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