En treinta años de matrimonio, Luis Carlos Zapata Rendón nunca pudo darle a su esposa Odeilda Vasco la dicha de ser madre. A cambio la hizo feliz y le inundó su casa, en Amagá, con tres hijos de crianza, a los que amó como si fueran suyos.
Si no hubiera muerto en la explosión de la mina San Fernando, seguramente hoy ella y los tres hijos estarían recibiendo sus abrazos, sus besos y sintiendo su alegría en todos los rincones de la casa, a la entrada del pueblo.
"Era un gran padre, así lo vi siempre", expresó sumida en llanto Paula González, a la que acogió desde niña y quien hoy, a sus 30 años de edad, le agradece todo.
Su tristeza contagia. Es un dolor del alma por ese luchador que se hundió durante 23 años en los túneles de Amagá a escarbar carbón para conquistar la subsistencia: ese mercado esquivo cuando no se tiene empleo, esa casa propia que no hace ricos a los pobres aunque la tengan, pero sí los hace sentir en la miseria cuando no han podido amasar "fortuna" para conseguirla, o esa salidita los fines de semana con Odeilda y sus hijos a un parque, un charco o una piscina.
"Yo lo conocí acá en Amagá, él iba a un barcito que tenía mi mamá, lo vi y me gustó harto, yo a él también", cuenta Odeilda, quien para evocarlo hace un alto en el llanto y deja que una sonrisa leve se asome en su rostro, que emana ternura, dulzura.
Dice que lo amará siempre. Que nunca le gustó que trabajara en minas y que extrañará su compañía, "porque todo el tiempo la pasaba conmigo".
A Gilberto y Deison Arley, esos otros hijos a los que les dio acogida, les queda el encargo de crecer y cuidarla. Y lo harán, sin duda. Luis Carlos les dio el mejor ejemplo.
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