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A Pasternak

01 de agosto de 2008
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Querido y poco leído Boris. De usted sólo conozco dos libros, El doctor Zhivago y Cartas a Renata. El primero lo leí despacio, sin prisas. Por esos días yo estudiaba comunicación social y me gustaban las historias de los rusos, no sé si porque eran los malos de las películas (era la época de la guerra fría) o por locos. Novelas como Los hermanos Karamazov dejaban poco bien parado a cualquiera que se llamara Vania (diminutivo de Iván) o Dimitri. El segundo libro, una correspondencia con la poeta alemana Renata Schweitzer, pude leerlo de a pedazos y con poco entusiasmo. Allí hablaba usted de su pierna enferma, de cómo se le perdían las cartas que enviaba al exterior y de la terrible soledad de los escritores que se oponían al sistema soviético, como era su caso y el de tantos que buscaron para guardarlos en algún gulag o meterlos en una lista negra.

Pero hace unos días vi a Omar Sharif interpretando a Yuri Zhivago, el médico poeta y personaje central de su novela. No sé por qué Sharif lloraba tanto en la película (que presentaron en un canal de filmes viejos); quizá porque un egipcio en una estepa helada no tiene más alternativa que llorar. Sea lo que haya sido, recordar la lectura de El doctor Zhivago me llevó de nuevo a leer Cartas a Renata. Y esta vez sí me entusiasmé: ya se escriben pocas cartas y tarjetas personales en la que la gente hable de poesía o describa paisajes vistos desde la ventana. Hoy, Boris, todo está mediado por el consumo, por las gigas y los pixeles, la memoria Ram y los ejercicios en solitario, no en tono de pecado sino de perder grasa, crear ideas fijas y revisar cada tanto el estado de la tarjeta débito. Es feo.

En esas cartas, querido Boris Pasternak, lo más lindo es el agradecimiento, el saber que hay otro que se interesa en mí, las palabras que no van por cumplir ni por llenar renglones sino que abrazan, que vuelan como los patos que regresan al norte porque ya se acabó el invierno. Hay mucha poesía (creación de lo no dicho) en esa correspondencia que no da golpes de banda como en una partida de billar sino que tienen como intención la vida. Es una lástima que hayamos perdido la posibilidad de acariciarnos desde lejos, de darnos calor con palabras, de recibir los pájaros que, como dicen los cabalistas, se posan cada mañana en nosotros para cantar la llegada del día. Hoy somos competitivos, tecnológicos y, estamos en bases de datos cada vez más precisas. Y no hay tiempo para cartas. Así estamos de solos.

Boris Pasternak, escritor ruso. Ganó el premio Nobel en 1958, lo que le valió que lo expulsaran de la vida cultural de la Rusia comunista. No en vano se dice que los peores enemigos son los mediocres de pensamiento único. Pasternak murió en 1960. O lo mataron.

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