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A Soljenitsyn

06 de junio de 2008
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Leído y respetado Alexandr, he vuelto a leer su pequeña novela Un día de la vida de Iván Denisovich y he sentido de nuevo esa sensación de encierro y trabajo en vano de los Gulags, esos campos de concentración rusos en los que tanta gente se murió, pudrió y perdió toda su condición humana. Hacer de un hombre un animal es asunto fácil: basta ponerlo a sobrevivir, quitarle el nombre y situarlo a diario en frente de la muerte.

En esa situación, sin moral y carente de historia, cultura y valores, D-s se muere y sólo quedan diablos que muerden y a los que, como reacción, hay que morder. La razón ha hecho cosas asombrosas y también terribles. Y entre las peores, ha convertido la tecnología en un modelo de vida: hombres que actúan como máquinas, atentos al programa, y al cabo de un tiempo, rendido el beneficio esperado, se dejan de lado como piezas viejas, desactualizadas y carcomidas por el orín. Como dice Peter Sloterdijk, valió poco haber leído y estar vivos.

Los gulags stalinianos, como los Lager nazis, desaparecieron. Pero no la ideología. Esto quiere decir, querido Alexandr, que ese hombre máquina, del que se aprovechan todas sus competencias y al que le pagan con invitaciones al consumo, lo que hace que ningún salario le sirva, se multiplica. Y en esa multiplicación (que lleva a desórdenes e inmoralidades) se olvida de la injusticia, la solidaridad, las relaciones necesarias con el otro y la búsqueda apremiante de humanidad. Y si bien se ofrecen verdades, se las presenta tan mal y de manera tan pobre e incoherente que tomarlas sería convertir el sistema mecánico (ya incorporado) no ya en un mero medio de producción sino de ataque. Malo por lado y lado.

Usted Alexandr Soljenitsyn, graduado en matemáticas y física en la Universidad de Rostov del Don, entendió el fracaso de la razón: todo lo que está centrado en hechos exactos y en leyes que rigen el movimiento para que éste sea preciso y no se salga de la línea, termina creando monstruos. En su pequeña novela, toda la historia se sucede en un día. Y ese día es el final de bastantes días y el principio de muchos otros. Y nada cambia. Cae la nieve, alguien se parte una mano, aparecen las tormentas, se mueren los más débiles y resisten los más locos. Y la fila avanza por la estepa fría. Si hubiera otro mundo paralelo pero distinto, alguien se preocuparía. Pero ese mundo no existe. La verdad es una, la línea una, todo es uno. Y donde todo es uno la realidad no existe, pues ésta se construye entre dos o más.

Alexandr Soljenitsyn, novelista ruso y premio Nobel de Literatura 1970. Fue soldado del ejército rojo y en 1945 fue condenado a ocho años de trabajos forzados por haber escrito una carta en la que criticaba a Stalin. Sus novelas cuentan lo que es vivir en el mundo del UNO.

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