Más intensa que una abeja trabada. ¿Se la imagina? Zumba que zumba, dando vueltas alrededor.
Lo que pudiera ser un chiste, parece realidad.
Investigadores de las Universidades Nacional de Australia y de Illinois (Estados Unidos) acaban de probar los efectos de la cocaína en las abejas y mostraron no solo que las vuelve más activas y excitadas, sino que surgen interrogantes sobre si los insectos poseen un centro de recompensa en el cerebro, como los humanos.
La cocaína, desde su descubrimiento en el siglo 18, ha sido una tortura para la sociedad occidental. En bajas dosis, estimula fuertemente los centros de recompensa de los humanos, es muy adictiva y en dosis altas puede ser mortal. Pero este potente compuesto no solo envuelve a las personas sino que es una poderosa neurotoxina para insectos, protegiendo los arbustos de la coca de insectos que se comen las hojas.
Sabido que las abejas que buscan alimento son muy motivadas por la recompensa (bailan en respuesta al descubrimiento de un reconfortante néctar o ante una fuente de polen) y conocido que esta conducta es controlada por mecanismos similares a los que tornan vulnerables a los humanos a la adicción a la cocaína, Andrew Barron, de Macquarie University y Gene Robinson, de Illinois, se preguntaron si las abejas podían ser también vulnerables a la tentación de la cocaína bajo una dosis adecuada.
Junto a Ryszard Maleszka, de la Nacional de Australia, probaron su hipótesis. Los resultados fueron publicados en el Journal of Experimental Biology.
Entrenaron abejas en una granja en Canberra para visitar un lugar donde se almacenaba una solución azucarada. Luego aplicaron una gotita de cocaína líquida en el lomo de insectos y esperaron para ver si aumentaban su entusiasmo al anunciar a su nido, bailando, el hallazgo de alimento.
Para sorpresa, bajas dosis de la droga estimularon los insectos, que bailaron vigorosamente, como si la solución dulce fuera de mayor calidad de lo que era en realidad. Parecía que la cocaína actuaba sobre los centros de recompensa de las abejas, pero ¿estaban respondiendo a la droga tal como los humanos o la cocaína estimulaba algunos otros aspectos de la conducta de los insectos, como si estuvieran haciéndose adictos?
Para responderlo, examinaron si la cocaína estimulaba los centros de locomoción y monitorearon los movimientos luego de una dosis. Las abejas se movían de manera normal, o sea que parecía no afectar sus movimientos. Sin embargo, se analizó la sensibilidad ante soluciones azucaradas y las abejas drogadas respondían con más intensidad que las no drogadas, de modo que la cocaína incrementaba la sensibilidad al azúcar.
Para ver si solo era una respuesta ante el dulce, se les expuso al polen y asimismo se expresaban con exceso de entusiasmo, danzando como si el polen fuera de excelente calidad.
Los científicos examinaron luego la respuesta ante la ausencia de droga, para ver si se habían vuelto adictas y miraron su capacidad de distinguir entre esencias de vainilla y limón. Lo hacían muy bien, mientras se les suministraba la cocaína, pero tan pronto como no se les dio, comenzaron a tener dificultades en la distinción.
Para Barron, las abejas son susceptibles a la atracción de la cocaína, tal como los humanos. La idea ahora es identificar los mecanismos neuronales tras ese proceso.
Robinson cree que las abejas cuentan con un sistema de recompensa, algo no visto antes en insectos.
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