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Adiós, Calixto

09 de septiembre de 2009
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El padre Gustavo Vélez Vásquez nació como Calixto en estas páginas. Durante 31 años hizo una reflexión sobre una frase del Evangelio correspondiente al domingo, día del Señor, para quienes somos cristianos. Y en los espacios dedicados a la formación en familia, también escribía, con frases sencillas, sobre los temas entre padres e hijos en el hogar, siguiendo los valores humanos y obviamente cristianos.

Pero su dedicación a la comunicación como pedagogía de vida fue más allá. Por muchos años elaboró mensajes con textos cortos para días especiales, de modo que su audiencia no se quedara con el sentido comercial de muchas fechas clásicas: Navidad, Pascua, Día de la Madre, Día del Padre, Día del Amor y la Amistad.

Más tarde Calixto entró por la puerta grande a Televida con misas que atraían por sus mensajes profundamente humanos, sencillos y trascendentes, como los que escribía en esta casa periodística.

Calixto fue el hermano mayor, el líder de un equipo en el que también dejó su impronta Beatriz Restrepo de Echavarría, una mujer íntegra e integral que debe estar organizando otro grupo en el Cielo para iluminar a quienes todavía nos toca seguir caminando por los senderos de este mundo, a veces tan despejados, y otras, tan oscuros y llenos de escollos, como el que este lunes le sirvió a Calixto de puente a la Plenitud.

Tejas Arriba, nombre que escogió para el comentario sobre el Evangelio dominical, jamás fue un regaño porque él entendía plenamente las limitaciones humanas. Calixto aconsejaba o mejor promovía una reflexión que llevaba a múltiples reflexiones en cada alma que lo llamaba. Leerlo llenaba de deseos de ser mejores, de vivir siguiendo las enseñanzas de Jesús de Nazaret, de rectificar rumbos torcidos porque a Dios y a él no se les podía fallar.

Calixto enseñó a vivir con plenitud y buscar la alegría, aun en las horas difíciles, pensando en que cada momento es importante porque conduce amablemente al final de los tiempos en esta dimensión, a la muerte que, si se entiende bien, es dulce porque ella es la puerta a la Luz Suprema, origen y fin del hombre corpóreo.

Calixto era el remanso de paz que, con una sonrisa serena, irradian los seres que están llenos del Señor.

Calixto quería vivir porque todavía tenía cosas por hacer en este mundo, pero murió serenamente, como muere el justo. Quienes fuimos sus amigos, perdimos un apoyo aquí pero ganamos una estrella de esas que no se apagarán nunca jamás.

Calixto escribió una vez, hace muchos años, que el domingo de Pascua era uno de los días más importantes para los cristianos y quizás el más importante de la Semana Mayor, porque ese día recordamos, y al recordar revivimos, que Jesús venció la muerte y retornó a la casa del Padre, el Cielo. Y nos dijo con su palabra que el hombre, todo hombre, no está amenazado de muerte sino de Resurección.

Calixto hoy es Resurección y, aunque nos duele su ausencia física, sabemos que llegó a donde, por su bondad, tenía que llegar: al Cielo. Con nosotros quedan sus enseñanzas, su ejemplo, su palabra. Él era un Maestro, así con mayúscula. Hoy sí que cabe decir Adiós. Adiós, Calixto.

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