A Rodolfo Ponte Zapata la gente lo ve "levitar". Transeúntes, policías y conductores de carros y motos lo observan suspendido en el aire, con su brazo izquierdo aferrado a un madero y con el rostro sereno, no a reventarse de hacer fuerza, como sería normal si fuera sólo una destreza gimnástica.
Pero no. Rodolfo está ahí colgado del viento, tranquilo, a veces sonriente y a ratos como un "dios" que desde el aire observa al mundo correr con sus afanes, mientras él está impávido, como si nada.
-Debe haber estudiado eso desde que era un niñito para aprender a levantarse así del suelo. ¡Huy!, eso es mucha mente tan poderosa-, se le ocurre decir a Ovidio Holguín, un motociclista que ante semejante imagen no puede evitar bajarse de la moto y tomar fotos.
Rodolfo, de 33 años, entre tanto piensa en las cosas que lo obligaron a aprender a "levitar".
-He sido siempre artista callejero. He representado al campesino, al soldado, al payaso y lo último es la "levitación", que tiene asombrada a la gente-, comenta este padre de tres niños, dos de ellos mellizos.
Antes de "levitar", quien lo ve por ahí de ciudadano jamás imaginaría que ese que va de sudadera y camiseta es el mismo que minutos más tarde estará de habitante del aire y vestido con una túnica púrpura, de las que uno ve en las películas de Cristo.
-Esto lo aprendí en un viaje a Ecuador, me lo enseñó un amigo que lo hace allá, yo lo traje a Colombia y llevo un año mostrando el espectáculo, la gente lo recibió bien-.
El sol calienta fuerte en la mañana y Rodolfo se alista para su show. Asistido por su compañero y payaso de calle Samuel Alberto Ruiz, alias "Abundancia", se mete entre una carpa negra que arman entre los dos.
Algo ocurre allá adentro que nadie ve, porque lo hacen cuando no hay gente por ahí fisgoneando. De repente, el mundo cambia en su esquina, la del semáforo que conecta al Parque Norte con el Jardín Botánico.
La carpa desaparece y lo que todo mundo observa es un ser como venido de otro mundo y detenido en el aire. El tráfico para y la esquina se llena de curiosos.
Al joven Carlos Andrés García le parece algo "aterrador, increíble" y Álvaro Guerrero opina que "es una cosa como de brujo" un acto de artista "que no lo va haciendo cualquiera". Luis Hernández comenta que es asustador, "muy azarador, parce".
Rodolfo sabe que su acto lleva a todo tipo de comentarios, conjeturas y emociones.
En la escena se ve a una niñita que se rancha para cruzar la calle y pasar junto al palo en el que está sostenido Rodolfo. La joven que la lleva del brazo mejor la carga para mermarle el susto.
Palabras sencillas
A él eso lo inquieta, porque no quiere generar miedo sino diversión, sorpresa, darle alegría a un pueblo que la mayoría del tiempo sufre.
Como le tocó a él, que buscando horizontes se fue de su natal Cartago hacia Armenia, donde se enamoró, se casó, engendró sus hijos y vivió muchos años, hasta que hace tres cogió ruta a Medellín.
-Si yo hubiera tenido un buen trabajo nunca me habría metido en estas-, dice el "levitador" y las palabras no parecen suyas, pues no suenan tan espirituales para venir de alguien con semejante "poder" tan "sobrenatural".
Dice que Dios es su guía, el que la da fuerzas e impulso para luchar por su clan.
Durar hasta 15 horas suspendido en el aire, sin inmutarse, es el máximo milagro que ha hecho Rodolfo "levitando".
Eso cree él, pero la verdad ha hecho más. Por ejemplo, ha despertado más emociones que miles de películas y telenovelas malas. Ha sacado risas, ha dado sustos y ha logrado eso que se sueñan los mejores cuentistas: hacer que todos comenten su obra y que nadie sepa al final si lo suyo es un arte muy bien ejecutado o fruto de un poder mental venido del más allá.
A la señora que le pasa por debajo y que mira y remira para descubrir el secreto habría que decirle que no analice más, que piense que las cosas no son lo que parecen y que haga como el "levitador", que desde allá arriba la mira inmersa en su mar de dudas y lo único que se le ocurre es regalarle una sonrisa y seguir ahí, muy sereno, "levitando".
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