En días anteriores ha habido una controversia en los medios, entre varios reconocidos analistas acerca del impacto real de la política de Seguridad Democrática, la 'joya de la corona' del actual gobierno. Más allá de las diferencias entre algunas cifras y la posibilidad o no de que pueda darse un resurgimiento de algunos de los actores armados, guerrillas, nuevas generaciones de paramilitares -o como quiera llamárseles-, lo cierto es que el escenario estratégico cambió de manera sustancial a favor del Estado colombiano y hoy día no es pensable la hipótesis de algún tipo de triunfo militar de las guerrillas izquierdistas, bastante debilitadas militarmente -en mandos importantes, en su capacidad de comando y control, en sus estructuras logísticas-, pero sobre todo aisladas políticamente -nacional e internacionalmente- como nunca.
Lo anterior no significa que se pueda entrar en lógicas triunfalistas por parte de la Fuerza Pública, el Estado o la sociedad; debe valorarse con objetividad y realismo la situación de estas organizaciones y su evolución posible diferenciando los deseos de las realidades; no es nada conveniente decirse mentiras o verdades a medias sobre la real amenaza de estos grupos. No parece posible en un tiempo prudencial una derrota militar o su implosión; en el largo plazo es otra situación. Una cosa es que ya no sean una amenaza real para el Estado o la sociedad y otra diferente que no sean capaces de dar golpes militares que produzcan daños o seguir siendo un factor de desestabilización.
Una valoración adecuada del estado actual de estas organizaciones y una conclusión efectiva acerca de su manifiesta debilidad, implicaría algunos cambios en la estrategia para enfrentarlos. No se requieren grandes contingentes de tropas, sino fundamentalmente un trabajo intenso de inteligencia, técnica y humana, así como la utilización de fuerzas elites especializadas que puedan desplazarse y golpear objetivos específicos.
Lo anterior debería llevar a estudiar modalidades de ajuste a la política de Seguridad Democrática; no hay que olvidar que la seguridad es una situación en la cual hay ausencia de amenazas y riesgos sobre las personas, los grupos o la sociedad en general y el Estado. Algunos campos de modificación serían: a) pensar en incrementar el ritmo de crecimiento del pie de fuerza de la Policía Nacional para una labor de control del territorio y disminuir el ritmo de crecimiento del pie de fuerza militar y mejorar su dimensión cualitativa como fuerza de apoyo a los policiales; b) pensarse en destinar una parte de las Fuerzas Armadas a las tareas clásicas, pero hasta ahora relegadas por razones del conflicto interno armado, de defensa exterior preventiva -preparación y discusión acerca del tipo de dotación para eventuales hipótesis de conflicto externo-; c) en la medida en que nuestras Fuerzas Armadas han estado centradas en temas de seguridad interior, especializar una parte de las Fuerzas Armadas -una brigada o una división- para atender amenazas de la naturaleza como inundaciones, volcanes, terremotos, catástrofes naturales, de tal manera que el país comience a tener un plan preventivo serio para responder a las inundaciones anuales, a las explosiones de los volcanes, a otros daños originados en fenómenos naturales -para ello igualmente hay que revisar y replantear las tareas de la Defensa Civil-.
Si estamos avanzando en seguridad en lo relativo a la amenaza guerrillera, no podemos seguir contemplando el doloroso espectáculo de miles de compatriotas casi ahogados por las inundaciones anuales originadas en el invierno y la respuesta no puede ser solamente llevarles unos mercados. Hay necesidad de pensar respuestas serias a estas amenazas para la vida y bienes de nuestros compatriotas ribereños, que además siempre son los más pobres; debemos aprender de países que hoy día cuentan con contingentes especializados de las Fuerzas Armadas para responder eficiente y eficazmente a estas amenazas no convencionales.
* Profesor Universidad Nacional
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