La decisión en bloque de las grandes potencias, encabezadas por Estados Unidos, de cerrar temporalmente sus sedes diplomáticas en Oriente Medio, el norte de África y en Asia, ante una amenaza de Al Qaeda, tiene dos componentes: la prevención y la vulnerabilidad ante el terrorismo islamista.
Washington ya lo había hecho otras veces, pero no en forma tan general, lo que hace pensar que reconoce que "existen serios y creíbles indicios de una arremetida terrorista en no menos de 19 países", y por eso ordenó el cierre de sus sedes diplomáticas por una semana, y no por un día como inicialmente tenía previsto.
Lo que hay detrás de esta decisión es, nada más ni nada menos, la experiencia que dejó el doloroso y devastador atentado terrorista de Al Qaeda a las Torres Gemelas y al Pentágono, el 11 de septiembre de 2001, cuando no se tomaron todas las previsiones y medidas para evitarlo, pese a los informes de inteligencia que así lo advertían.
La decisión de la Casa Blanca de cerrar sus sedes diplomáticas en esos 19 de los 21 países ubicados en Oriente Medio, África y parte de Asia, ha contagiado a Alemania, Francia y Reino Unido, que de paso activaron una alerta de viaje a sus ciudadanos.
De ahí se desprende el segundo elemento, el de la vulnerabilidad que aún existe en buena parte de la región árabe, donde la atomización del terrorismo es una consecuencia directa de la muerte de Osama bin Laden, hasta entonces el líder que aglutinaba las decisiones del movimiento islamista.
La llegada de Ayman al Zawahiri a la comandancia de Al Qaeda y la designación de Naser al Wahishi, alias Abu Basir, como segundo al mando, ha provocado la división entre el grupo terrorista, pues Al Zawahiri tiene un largo historial yihadista y es conocida su animadversión hacia la minoría chií de Yemen.
Aunque Yemen es hoy el principal foco del terrorismo de Al Qaeda, la frágil situación política y los enfrentamientos armados en Siria, Egipto, Irak y Afganistán hacen más difícil el control sobre los terroristas, que se siguen moviendo de lado a lado del Mediterráneo, según las necesidades.
Todo este polvorín se enmarca en los incipientes y dudosos acercamientos de algunos grupos talibanes con Estados Unidos, con Catar como facilitador, y en momentos en que la Unión Europea definió como grupo terrorista al ala militar de Hezbolá, que mantiene su poder en Libia.
Del mismo modo, la Casa Blanca envía un mensaje inequívoco a sus aliados, en el sentido de que todo esto hubiera sido difícil de advertir sin la cooperación y el trabajo de la Agencia Nacional de Seguridad estadounidense, por estos días en el ojo del huracán por sus interceptaciones a correos y páginas de internet.
Washington no parece dispuesto a repetir los errores y asumir los costos políticos que le produjo la muerte, en Bengasi, de su embajador en Libia, hace un año, cuando precisamente se cumplía un aniversario más de los ataques terroristas del 11-S. La atomización de Al Qaeda la hace más peligrosa, pero los amenazados parecen dispuestos a cerrarle cualquier margen de maniobra.
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