x

Pico y Placa Medellín

viernes

0 y 6 

0 y 6

Pico y Placa Medellín

jueves

1 y 7 

1 y 7

Pico y Placa Medellín

miercoles

5 y 9 

5 y 9

Pico y Placa Medellín

martes

2 y 8  

2 y 8

Pico y Placa Medellín

domingo

no

no

Pico y Placa Medellín

sabado

no

no

Pico y Placa Medellín

lunes

3 y 4  

3 y 4

language COL arrow_drop_down

ALMA

  • Ana Cristina Restrepo Jiménez | Ana Cristina Restrepo Jiménez
    Ana Cristina Restrepo Jiménez | Ana Cristina Restrepo Jiménez
07 de febrero de 2012
bookmark

1938: Melitón Rodríguez visita las instalaciones de EL COLOMBIANO.

En la imagen no hay señales de vida* . Es la sala de redacción, sobre un piso ajedrezado. Son en total cinco escritorios, dos con cenicero, sin cuscas (¡ah!, aquella época extinta cuando las palabras acudían entre bocanadas de humo de Pielroja y sorbos de tinto). Cada mesa de trabajo tiene tres cajones y una silla Thonet, reluciente. A la derecha, un teléfono, negro, de disco.

Sobre las mesas solitarias reposan las máquinas de escribir Remington Nº. 12, enfundadas en sus corpachones metálicos, como una flota de submarinos a punto de sumergirse en las profundidades. En 1922, las Remington Nº. 12 habían conquistado el mercado, sus vendedores anunciaban que poseían "todas las ventajas de la Remington, además de una acción silenciosa? y el marco encerrado para evitar el polvo".

En la esquina, una ventana enrejada, mínima, casi un respiradero. En el otro muro, cuatro cuadros con pequeños mapas. En el vidrio de uno de ellos se refleja otra ventana.

Y lo más impactante: en el suelo, la papelera metálica está vacía. No hay página en blanco ni arrugada. No hay noticias.

Es una puesta en escena. El silencio fundamental de una sala de redacción.

Mientras escribo este texto, miro la máquina de mi abuelo, una Remington Rand Nº. 17, modelo 1939. Algunos avisos aseguraban a los incautos que Mark Twain escribió cartas en una como ésta (... ¡aunque él hubiera fallecido antes de su fabricación!).

Por allá en los años 40, cuando era extraño que las mujeres metieran la cucharada (la pluma), mi abuela escribió en esta Remington Rand Nº. 17 un texto que ganó un concurso literario. En este armatoste, de 15 kilos y coraza ovalada, yo jugaba a escribir.

En 1950 se fabricó la última Remington Rand Nº.17.

"Medellín de noche" fue la crónica que escribí para la universidad en esa máquina. Después de leerla, el profesor me preguntó: "¿Su papá la deja trabajar?". Una semana después, desobediente, estaba sentada en la sala de redacción de EL COLOMBIANO.

En una pantalla de computador recibí el primer correo electrónico, de mi primer jefe, Jorge Alberto Velásquez : "Deje de mecatear con Margaritainés (Restrepo Santamaría): ¡a trabajar!".

Cuando soy tinta y papel no sé a dónde iré a parar: recorte de colegio, adorno en el corcho de una sastrería, bola arrugada en el cesto. Mis palabras maduran aguacates al medio día e ideas al anochecer; limpian los parabrisas de las busetas y, también, con frecuencia, mi mirada. Con esta hoja, tal vez, en la noche le daré calor a alguien que tiembla, dormido en una acera. (¡Ay!, la angustia de imaginar que cobijo más pieles... que pensamientos).

Quienes hemos vivido el agite de la noticia sabemos de lo imposible en una sala de redacción: el silencio... su valor al momento de enfrentar la página en blanco. La gran paradoja: atender al silencio y, a la vez, nunca callar. ¡Feliz cumpleaños!

* Imagen BPP-F-009-0804, Biblioteca Pública Piloto

Te puede interesar

¿Buscando trabajo?
Crea y registra tu hoja de vida.

Las más leídas

Te recomendamos

Utilidad para la vida

Regístrate al newsletter

PROCESANDO TU SOLICITUD