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Amores peligrosos, de Antonio Dorado: la historia de una “dura”

12 de octubre de 2013
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La historia del narcotráfico en Colombia está lejos de ser contada por completo. No importa los usos y abusos y futilidades de la televisión con el tema, es el cine el llamado a contar esta historia y hacerlo de forma consecuente y reflexiva. A eso apuntan películas como las dos primeras partes de esa Trilogía de Cali que está haciendo Antonio Dorado, a pensar el tema con el cine, a hacerse preguntas y tratar de responderlas o dejárselas enunciadas al espectador.

Ya lo había hecho con El Rey (2004), cuando nos contó, en clave de cine de gánsters, los orígenes de este fenómeno en esa ciudad a través de la figura del primer narcotraficante. El cine de género le funcionó muy bien para recrear esa dinámica de ascenso y caída con todos esos crímenes de por medio. En Amores peligrosos tal vez habría sido muy fácil repetir el esquema, porque el cine de género siempre conecta fácil con el público, pero se decidió por un camino más sinuoso, para bien y para mal.

De todas formas, el personaje no daba tanto para un thriller como en el pasado filme, pues el rol de la protagonista en el mundo de la mafia cambia sustancialmente. Ya no es quien toma las decisiones sino que deciden por ella y, por eso mismo, muy pocas veces es quien motiva las acciones y el avance de la historia. Eso es lo que más complicado resulta en esta película, que el espectador no se pueda identificar fácilmente con la protagonista, porque su actitud siempre es muy neutra, cuando no errática.

De manera que con una protagonista que no es muy activa y con un relato que, si bien tiene elementos del thriller, se decanta muchas veces por el melodrama, entonces estamos ante un filme que se arriesga a perder el gran público que tenía su antecesor. No obstante, sin duda fueron decisiones consecuentes con la historia que se quería contar y con el retrato que se pretendía hacer. Porque esta película genera un malestar y una incomodidad al verla, lo cual sin duda tiene que ver con las características del personaje, pero que no son tanto problemas del relato, sino que son inherentes a este tipo de mujer -que todavía no lo es del todo- y a su interacción, entre placentera y culposa, con ese mundo podrido en que está metida.

Por otro lado, la película conserva muchos elementos que mantienen la necesaria relación con El Rey, además de adentrarse y tratar de explicar las dinámicas sociales y hasta sicológicas de ese fenómeno que permeó a la sociedad caleña, está el uso de la música (salsa, por supuesto) como contrapunto sonoro de la acción y una concepción fotográfica que, además de cuidada, es consecuente con el tono de thriller y las atmósferas de esa ciudad que quiere retratar y comentar.

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