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Aníbal Gaviria, el amante de la vida

TRANQUILO, CON UNA sonrisa permanente y unas ojeras que delatan la falta de sueño de los últimos días, el candidato a la Alcaldía de Medellín Aníbal Gaviria nos abrió las puertas de su casa y junto a su esposa nos contó que es un llorón y que ama la vida sobre todas las cosas.

  • Aníbal Gaviria, el amante de la vida | Julio César Herrera | Acompañado de su esposa Claudia Márquez y de su pequeña hija Adela, el exmandatario de los antioqueños recordó su infancia, sus travesuras, la época en que soñaba ser ciclista. Confesó, además, que desde hace tres años, cuando le dio el infarto, se aferra a las pequeños detalles de la vida, a la vida misma.
    Aníbal Gaviria, el amante de la vida | Julio César Herrera | Acompañado de su esposa Claudia Márquez y de su pequeña hija Adela, el exmandatario de los antioqueños recordó su infancia, sus travesuras, la época en que soñaba ser ciclista. Confesó, además, que desde hace tres años, cuando le dio el infarto, se aferra a las pequeños detalles de la vida, a la vida misma.
09 de septiembre de 2011
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Aníbal Gaviria comenzó a caminar sin su familia después de dejar a su esposa Claudia y a sus hijos Guillermo y Emiliana en el tren de Nueva York.

Ese 8 de junio de 2008, los Gaviria Márquez llegaron a esa ciudad estadounidense para ver la Belmont Stakes, una de las carreras de caballos más importante de todos los tiempos. La temperatura alcanzaba los 40 grados centígrados y, mal contada, la multitud llegaba a los 100.000 asistentes.

Emiliana y Guillermo se desesperaron. Fue entonces, cuando Claudia decidió irse para el apartamento de unos amigos y dejar que Aníbal disfrutara de la pasión que desde niño le mueve el alma: los caballos.

Sin documentos de identificación y acompañado sólo por una mochila de turista, Aníbal se metió en el río humano. No había marcha atrás. Cumpliría el sueño de estar en el Belmont Park. Se sentía solo, pero estaba feliz. De repente, se quedó sin aire. Un segundo. Cinco segundo. 15 segundos. 30 segundos. ¡Hasta que volvió!. Y se sintió vivo. Más vivo que nunca.

El caballo que quería que ganara esa tarde, perdió. Aníbal salió del hipódromo. Nuevamente se metió en el río humano. Cogió el tren. Habló con su vecino de puesto sobre la carrera y un par de horas después llegó al apartamento. Se acostó a dormir y a las cuatro de la mañana se quedó, por segunda vez, sin aire. Un segundo. Cinco segundo. 15 segundos. 30 segundos. Esta vez, sintió miedo. Se levantó. Tomó agua. Y le echó la culpa a la gastritis. Se volvió a acostar y Claudia le pidió que se durmiera, por amor a Dios.

A las cinco de la mañana se repite la escena anterior, como en las películas malas. Decide desayunar. Comienza a temblar y a sudar. A las diez de la mañana, Claudia se da cuenta que hay que salir para urgencias y en ese instante, Aníbal siente que se está muriendo. Pronóstico: Infarto.

Su motor: su familia
Los primeros en levantarse en la casa de los Gaviria Márquez son Guillermo y Emiliana y además son los primeros en salir. A las 6:40 de la mañana los recoge el bus para ir al colegio.

La misión de Aníbal es despertarlos y ayudar a que se arreglen bien para sus clases. Y aunque él mismo reconoce que en semana es poco lo que comparte con ellos, todos en la casa esperan con entusiasmo el domingo en la mañana, sólo por el desayuno. "Yo soy quien hace el desayuno. Yo no cocino mucho, pero el desayuno es mi especialidad. El desayuno mío para Emiliana es cocinar huevos en sus distintas preparaciones. Y a Guillermo le gustan los pancakes con formas. Por esa razón, los domingos son muy bonitos".

Revela que en su vida no hay tristezas, pero que es un hombre llorón. "A mí lo que más me angustia es el sufrimiento de los niños. Cuando no habían nacido mis hijos, le cuento, uno de mis sobrinos se enfermó mucho y lo llevamos a la clínica. Recuerdo que él lloraba y yo lloraba con él".

En diciembre de 2007 Gaviria concluyó su periodo como Gobernador de Antioquia y en abril de 2008 viajó con su familia a Boston, en un itinerario para reconquistar la intimidad de la casa y para estudiar. Así fue.

Mientras se sumergía en el anonimato, una noche cualquiera, llegó a un restaurante mexicano en pleno corazón de Boston. Iba con Claudia. Ordenan uno de los platos de la carta y de repente, se sienten intimidados. Entonces se dan cuenta que tanto los meseros como el administrador del negocio no dejan de mirarlos.

"De un momento a otro se nos acercó uno de los meseros y me pregunta: '¿Cierto que usted fue Gobernador de Antioquia? ¡Yo soy de Marinilla!'". Luego me di cuenta que todos los empleados, incluido el administrador, eran del Oriente antioqueño. Esos son recuerdos muy gratos".

A principios de 2009, sus amigos le pidieron regresar a la escena pública y es así como terminó seducido por una campaña a la consulta liberal a la Presidencia de la República. No ganó. Le ofrecieron la Vicepresidencia y cayó rendido a una nueva campaña. Entonces, desbarató los planes familiares y regresó del todo al país y en menos de un año, lo derrotaron. Sin embargo, estaba tranquilo y volvió a la vida familiar.

De ciclista a presidente
"En un momento de mi vida pensé que iba a ser ciclista, eso hace unos 25 años. Me inscribí en un clásico y la primer competencia fue una etapa doble Medellín-Barbosa. A la ida me fue bien, pero en el regreso me di cuenta que no iba a ser ciclista profesional. Ahora, cuando tenía ocho años decidí que quería ser Presidente de la República y luego me di cuenta que uno puede servirle a la sociedad desde otros frentes y me dediqué a la política. Aunque también el periodismo me ha llamado la atención".

Confiesa que para leerse un libro de principio a fin, lo tiene que "agarrar" en la primera línea. Que le gusta leer biografías. Que es un poquito, solo un poquito, desordenado. Que llena la casa de papeles, lo delata Claudia y dice además, que no es puntual. Que ella sabe que cuando le dice que llega a las doce llega a la una. Pero que con sus compromisos laborales es intensamente estricto y que de vez en vez le da tiempo para hacer tareas con Emiliana y Guillermo. "Es claro que Aníbal es mucho más paciente que yo. Conciliador. Los planes que hacemos en familia es ir cine, a almorzar, ir a misa y a la finca", concluye Claudia.

El amor por la vida
Quince días después de aquella mañana amarga en la que le dio el infarto, Aníbal salió de la mano de Claudia del hospital de Nueva York. Cuando vio la calle, sintió el aire, vio la gente; confiesa ahora, se aferró a las ganas de vivir, por tener junto a él esas cosas pequeñas que le dan gracia a la vida, como sentir que el aire pega en el rostro.

"Un mes después del infarto monté bicicleta y sentí que el aire me pegaba en la cara y concluí que la vida es maravillosa. Descubrí el valor de las cosas pequeñas".

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