Coloridas y costosas vallas publicitarias adornan las calles de Medellín.
La administración de Aníbal Gaviria invita a los medellinenses a votar para que esta ciudad sea elegida sede de los próximos Juegos Olímpicos de la Juventud.
El despliegue publicitario lo hemos visto ya: con júbilo se recibió el título de "ciudad más innovadora" y con fina diplomacia fue atendida la presencia de Madonna.
Estamos ante una "estetización de la política".
Con ello, hago referencia a un texto que publicó el filósofo alemán Walter Benjamin, quien huyó de las garras de Hitler y, al ver su país sometido a la deshumanización, se suicidó.
Pero antes, denunció que mientras su país vivía un holocausto, el tirano tenía como único valor su criterio estético y la dimensión social le era indiferente.
Así, la solución de los problemas sociales era desplazada por el mérito artístico de sus ruidosos eventos. La prioridad era el ideal estético que le brindaba la anhelada inmortalidad al gobernador-artista.
Aclaro vehementemente que no pretendo, con lo dicho anteriormente sobre Hitler, insinuar una conducta criminal semejante de Aníbal Gaviria. Le tengo gran respeto, porque no sólo recorrí las calles de Medellín apoyándolo en su campaña, sino también porque a nuestras familias las unió la solidaridad y la tragedia del secuestro.
Lo que pretendo resaltar es la estetización de las políticas públicas que está aplicando Gaviria y, en contraste, el actuar criminal de las fuerzas oscuras de la ciudad.
Gaviria se ha empecinado en mostrar ante el mundo a una Medellín estéticamente bella. ¿Y las balaceras, desplazamientos, asesinatos, extorsiones y otras prácticas que azotan a la ciudad?
Se ha dicho que se trata de 276 combos, conformados por más de 4 mil muchachos.
¡Superan a los guerrilleros del Eln…
En la ciudad se consumen 20 toneladas de cocaína al año. Cerca de 20 mil comerciantes y empresarios son extorsionados, según ha dicho Fenalco.
Corren la misma suerte taxistas y buseros, y en los semáforos también "vacunan" a los trabajadores informales. Parece que el crimen se hubiera industrializado en la ciudad más innovadora del mundo.
El asunto tiene sus raíces.
Un ensayo del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia, publicado hace unos años, sirve como aterrador referente.
"Mientras en Medellín el 44 por ciento de las muertes ocurren en episodios violentos, en Colombia este porcentaje es del 25; en América Latina del 3 por ciento, y en el mundo del 1 por ciento".
Datos que revelan la singularidad de una ciudad donde, de manera predominante, mueren los jóvenes.
Mientras esto sucede, Gaviria ni habla ni oye. Lo más relevante de su política pública es "lo bello".
¿Les importa a las víctimas del conflicto urbano si Medellín es una bella ciudad innovadora? ¿Es justo, mientras tanto, invertir 8 billones de pesos en embellecer el río Medellín? ¿Qué importa la muerte de una persona si ya existe la creación de una obra estética inmortal?
Medellín está viviendo su propia destrucción como goce estético de primer orden.
Valga citar, para terminar, a Diego Paredes y su ensayo De la estetización de la política a la política de la estética: "mientras las balas que causan víctimas humanas son ‘orquídeas de fuego’, el ruido de las armas es calificado con criterios musicales".
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