No ser uribista en Colombia durante los últimos dos mandatos era extremadamente difícil. Por el simple hecho de tener opiniones críticas de algunas políticas del presidente Uribe a uno lo tildaban como un intransigente contradictor, y algunos más arraigados llegaban a calificarnos de traidores, izquierdistas o simpatizantes de la guerrilla. La polarización del país llevó a eso.
Colombia no era blanco o negro en ese momento, como tampoco lo es ahora. El país y la política nacional están llenos de matices. Y en la mitad de la balanza es donde radican las posiciones que siempre he tratado de defender. En el centro. Por eso, hoy me parece injusto cuando ahora se asegura que todos los grandes males de corrupción que vive el país en la actualidad son responsabilidad o herencia del gobierno de Uribe.
Las posturas en su contra, cada vez más generalizadas por la opinión pública, han llevado a que se desechen grandes frutos que el exmandatario cosechó en la guerra contra los armados y otros aspectos. Es indiscutible que Colombia logró durante sus dos mandatos recuperar el sentido de seguridad, hacer retroceder el movimiento guerrillero e impulsar la economía. Pero también es cierto que el modelo de gobierno tuvo falencias, como lo tienen todos, y que por estar concentrado en el tema de la defensa, el expresidente descuidó otros campos que llevaron a que se abrieran las puertas para que corruptos se aprovecharan desfalcando al Estado. Eso no lo hace responsable.
Algunos de esos aprovechados son muy cercanos al expresidente. Es indiscutible. Pero eso no quiere decir que Uribe fue el maquinador de la totalidad de esos fraudes o de la corrupción que ahora subyuga al Estado.
Un error pensar eso desde cualquier punto de vista.
El desacierto de Uribe ha sido defender ciegamente en los medios a esos exfuncionarios, ya que, probablemente, piensa que si se debilitan ellos, se debilita su gobierno.
Puede tener razón, pero para sus contradictores esto les ha dado carne para ponerlo en el centro del debate público donde, incluso, se ponen en duda los logros que realmente tuvo su administración.
Resulta irresponsable que se ignoren los resultados positivos del expresidente Uribe en sus dos gobiernos. No se puede desconocer lo que el exmandatario logró exitosamente, como tampoco se pueden excluir sus lunares. Pero son debates separados, que no es sano para el país combinar.
Uribe, en una entrevista publicada ayer, dijo que considera que la Seguridad Democrática está siendo desmontada, en la práctica, por la actual administración porque hay deterioros en muchas partes del país. Los deterioros son indiscutibles, pero posiblemente Uribe hubiera tenido que enfrentar el mismo escenario si hoy fuera presidente.
No se trata de deficiencias en las políticas del gobierno Santos, que ha aplicado muchas de las medidas de su antecesor, pero excluyendo el estilo polarizante, sino una condición cíclica militar en donde la guerrilla se debilitó pero las bacrim se fortalecieron.
El presidente Juan Manuel Santos no está gobernando como pensaban los antiuribistas, pero tampoco se puede decir que está administrando el país como creían los seguidores del expresidente, que fueron los que lo llevaron a la Casa de Nariño. Hoy defiendo que el presidente Uribe no era tan bueno como todos defendían en ese momento, ni tan malo como muchos establecen ahora. Decir esto no me hace uribista ni antiuribista.
Como tampoco me hace santista o de oposición.
El país y la política no se pueden debatir ahora como si el Presidente y su antecesor fueran el agua y el aceite.
No se trata de uno u otro. Cada uno tiene su estilo y Uribe tuvo grandes éxitos y logros, pero también lunares y desaciertos.
La administración de Santos no será la excepción en ninguno de los dos aspectos, y por el bien del país, deberíamos todos ayudar a que tenga más de lo primero, y mucho menos de lo segundo. Por ahora su cuenta va positiva, pero la balanza puede cambiar fácilmente.
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