En la memoria de Segundo Enrique Soto Ávila, aún no muere la angustia que le produjo ver cómo a dos compañeros, que intentaron salvarlo, se les fue la vida en medio de una creciente del río Calderas que inundó el túnel donde laboraba, con otros cuatro obreros que también sobrevivieron.
Fue en la madrugada del pasado 4 de octubre, en el oriente de Antioquia.
Según los vecinos de la vereda El Silencio, de San Luis, a menos de un kilómetro de donde se construye la microcentral San Miguel en la cual trabaja hace dos meses y medio, a Segundo, desde el día de la emergencia, se le ve desanimado, cabizbajo y prefiere estar encerrado en su casa.
Sin embargo, como un homenaje a sus compañeros fallecidos, este hombre, de 1,72 metros de estatura y contextura delgada, decidió contarle a El Colombiano lo ocurrido.
Todavía con heridas en su cuero cabelludo en proceso de cicatrización, este operario de maquinaria pesada, oriundo de Valencia, Córdoba, recuerda que el jueves 3 de octubre llegó a las 6.00 p.m. a trabajar.
En medio de una leve lluvia y un fuerte ventarrón, en un restaurante improvisado, antes de entrar al túnel, los obreros de la firma HMV Ingenieros que iniciaban el turno, oraron y a las 7:00 p.m. penetraron 400 metros hasta el frente de trabajo donde una máquina "jumbo" excavaba la peña.
"Hacia la 1:00 a.m. del viernes, relató, luego de que la "jumbo", se retiró, cuatro compañeros y yo empezamos a limpiar el material excavado para instalar dinamita y seguir profundizando el hueco.
Fue en ese momento cuando aparecieron Ferney Ríos Mera y Gilberto Montes Alzate, en una volqueta Dúmper y nos dijeron que nos subiéramos, que el Calderas bajaba con una borrasca. De inmediato nos trepamos al gigantesco vehículo, que salió en reversa.
"A 150 metros de la boca nos sorprendió un chorro pequeño. Entonces les dije a todos que nos hiciéramos a los lados del volco y nos pegáramos de las mangueras del ducto de aire instalado, con buenos amarres, en el techo del túnel, a 4 metros de altura. Me hicieron caso y en ese momento se vino la avalancha que invadió y oscureció todo".
"Pero, como la explosión de la dinamita deja en la parte superior del túnel unas sobreexcavaciones, estas quedaron como unas burbujas que nos permitieron respirar, porque el agua nos llegaba al mentón".
"A mi lado quedó Ferney y podía escuchar, en otro lugar, a los demás compañeros".
No sé cómo no me angustié, siguió el relato, será porque en Caucasia, donde viví mi infancia fui pescador en el río Cauca y esa experiencia me dio confianza. Sin embargo me preocupaba Ferney, que sí estaba muy asustado.
"De un momento a otro se despegó de la manguera, entonces, me lancé, lo abracé y luché con él varios minutos para que no se ahogara ni me hiciera ahogar a mí, eso explica por qué salí con heridas en el cuero cabelludo, porque con toda su fuerza quería aferrarse de mi cabeza. Al fin lo vencí y lo volví a pegar del ducto".
"Nos vamos a morir, me gritaba... tengo mucho miedo y se volvió a zafar. Ya no lo volví a ver, porque la corriente que ingresaba pegaba contra la pared en la que estábamos trabajando y se devolvía por debajo con una fuerza descomunal. En ese momento escuché una voz que me decía: se me fue Montes. Era el capataz, Jaime Mesa, quien estaba aferrado a la manguera a mi lado, pero en otra burbuja y en el momento en que me le iba a acercar, me rozó un cuerpo, que estaba tan helado, como el agua que amenazaba con quitarnos la vida. En ese instante, el capataz me preguntó ¿se nos fue Montes? y le respondí que sí, que ya no había nada qué hacer".
"Eso lo angustió y se puso a rezar. Aunque me sentí con fuerzas para salir, porque calculaba que estaba cerca de la boca y los pulmones me aguantaban, decidí no abandonarlo. Las voces de los otros muchachos se seguían oyendo. Ahí estuvimos, el capataz y yo, aferrados al ducto y haciendo cálculos con el tiempo imaginándonos cómo se movían afuera instalando motobombas y hasta hicimos cálculos de cuánto podía demorar el rescate.
Cuando según mis cálculos, eran las 5.00 a.m., el agua, cuyo nivel medía constantemente haciendo cuartas con las manos desde el techo, dejó de subir, entonces me consideré salvado. Me quité las botas y me puse a mover las piernas para no encalambrarme. Pero el que se empezó a entumecer fue el capataz por lo que me hundí varias veces y le hice masajes en las marranitas (pantorrillas) de los pies, ya que si se despegaba del cable esos calambres lo harían ahogar.
Él seguía orando y cuando se quedaba en silencio lo tocaba, porque creía que se me había muerto.
Como a las 10:00 a.m. vimos una luz y pensé que ese era el momento de escapar, pero una peña muy salida nos impedía el paso. Me volví a sumergir, atravesé esa saliente y le di la mano al capataz. Fue así como llegamos a la boca, donde nos recibieron con aplausos y los otros tres compañeros ya estaban a salvo".
Como anécdota contó que le causó curiosidad ver carros fúnebres y no ambulancias. Le dijeron que los consideraban muertos a todos.
Segundo espera terminar la licencia de 10 días que le dieron para volver al túnel, porque lo que le ocurrió lo considera como parte de los riesgos que se corren. Es su oficio, lleva 22 años.
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