Bájense de esa nube los ilusos de los partidos políticos que creen que estos tienen clientela suficiente y necesaria para elegir, por sí solos y sin necesidades de coaliciones, candidatos a las gobernaciones y alcaldías del país.
Estas elecciones son de alianzas. Dudamos -como lo pregonan algunos despistados y arrogantes dirigentes del partido de la U- que esa colectividad en solitario, por su cuenta y riesgo, sin matrimonio político alguno, tenga capacidad -caso de Antioquia- para ganar la Alcaldía de Medellín y la Gobernación del departamento.
Ya disminuidos, cuando no atomizados, los efectivos de los dos partidos históricos -horadados además por la afluencia de disidencias, transformadas en colectividades, lo que hace más competitivo el mercado electoral- no quedan en el asfalto si no coaliciones que se van formando, tanto por conveniencias y supervivencias electorales, como por convicciones ideológicas.
Están rotas las hegemonías y las disciplinas políticas, por más talanqueras legales que se levanten para impedir el éxodo. Se van modificando las militancias con la misma facilidad con que se visten sus protagonistas con trajes de última moda, de acuerdo con las circunstancias burocráticas que se presenten.
Hay, por supuesto, ciertas analogías de temperamentos y de algunas ideas subyacentes entre las diversas opciones partidistas de las existentes en el panorama político nacional.
Tal circunstancia hace más racionales y comprensibles unas coaliciones que otras. La U -bajo la tutela del binomio aún no roto de Santos y Uribe- tiene más afinidades conceptuales con el conservatismo que con el mismo liberalismo, tronco del cual se desprendió como disidencia. Y el conservatismo, por supuesto, encuentra en la U más cercanía, al topar en Uribe Vélez su mejor guardián e intérprete de su ideología, basada en el orden como la base esencial para reconstruir país e instituciones.
El liberalismo, por su parte, encontró de sopetón en Cambio Radical su socio predilecto. En el Congreso ya conviven y parten un confite. Se cruzan sonrisas y cariños. Seguramente en estas elecciones sellarán en algunas regiones del país su matrimonio por conveniencia electoral.
Quedan los Verdes y el Polo. Este segundo partido está herido de muerte. No tiene capacidad alguna para ejercer su acción política en solitario. Tendrá que ser apéndice de otras colectividades para aceptar el primer guiño que se le ofrezca.
Los verdes, para prolongar su supervivencia, seguramente están tentados a replantear su teoría -herencia del galanismo- de no contaminarse con lo que despectivamente llaman clase política. Y abandonar su maniqueísmo extravagante de sentirse los buenos y el resto considerarlo demonios. Vemos difícil que sigan sumergidos en las piscinas probáticas para purificarse de los pecados electorales antes que sacrificarse a los placeres mundanos que les brindarían gobernaciones y alcaldías de renombre. Ya estarían próximos a romper ese celibato de incontaminación, cuando se especula de acuerdos entre los verdes y el oficialismo liberal antioqueño.
Opinamos que si ha habido elección en donde las coaliciones van a primar, son estas regionales. Habrá alianzas de lógica política y otras que podrían rayar en el absurdo de analogías de partido.
Ojalá, sí, impere la transparencia y la credibilidad en la estrategia de constituir sociedades políticas que conduzcan a la escogencia de candidatos idóneos y probos. Que sean garantía de pulcritud en el manejo de las no siempre boyantes y cristalinas finanzas públicas, y de liderazgo en la conducción de los intereses legítimos de los ciudadanos.
El juego comienza. Las apuestas se intensifican. Las lealtades y las deserciones tendrán su propia confrontación para seguir comprobando que en la política nacional, hay más debilidades que fortalezas.
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