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Bendición, mamita

15 de noviembre de 2008
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La mamita Ana hubiera preferido no morirse nunca. Vivió 99 años, pero hasta el último hálito de vida alegó que tenía cien, sin importarle que la cédula la hiciera quedar mal. Era la bisabuela de mis hijos y la abuela de mi esposo, que le escribió una carta días antes de su muerte, "en vida, hermano, en vida". Ella pidió que se la leyeran una docena de veces y hoy transcribo algunos apartes como un homenaje sentido a su existencia, a todos los abuelos, a lo que significan para las familias y a manera de ejemplo para las generaciones jóvenes, que suelen ser déspotas e impacientes con sus viejos. Y también para los que expresan sus sentimientos demasiado tarde, que debería ser aquí y ahora. Así no cargamos para siempre con el lastre de lo nunca dicho, que a veces pesa más que las palabras.

"Mamita Ana,
Cuando estaba pequeño te veía grande, fuerte y me sentía protegido. Tu bondad, tus palmaditas en la espalda y tu forma de sobarme la cabeza buscando algún bicho eran un monumento a la ternura. Nos conociste bien a cada uno, nos viste crecer y nos defendiste de los castigos por las travesuras. Nos ordenaste oficios que tal vez no hicimos con agrado porque éramos de una generación más floja para algunos menesteres. Nunca te lo dije pero no me gustan las tareas que me saquen callos en las manos, claro que tú no tenías por qué saberlo, ni siquiera yo, lo digo ahora porque apenas lo entiendo.

Repaso mi vida y estás en todos los momentos felices de mi infancia. Recuerdo que ibas por mí a un kínder que quedaba cerca y me contabas historias mientras llegábamos a la casa; recuerdo tus palos de mangos, tan dulces como tú; también recuerdo que dormía protegido por una voluptuosa montaña de carnes con curvas definidas? en tu rincón todos tus nietos nos sentimos muy seguros alguna vez.

Espero no haberte ofendido nunca, pero estoy tranquilo porque si lo hubiera hecho lo recordaría. No recuerdo que me levantaras la voz nunca. Y si pasó también lo olvidé.

Cuarenta años a tu lado son toda una vida. Gracias por ser ejemplo y por tu apellido que llevamos con orgullo. Hoy te pido perdón por mis imperfecciones, sobre todo por no darte de mi tiempo de la misma manera que me diste del tuyo.

Esta es una carta para decirte que te quiero mucho, que gracias a ti me siento un hombre digno y bueno, porque llevo tu sangre, que es de gente decente y noble. Hace rato quiero decirte que abuelas como tú quedan muy pocas. Me gusta saber que todos los que te conocen te quieren.

Para mí ya cumpliste los cien años, o los vas a cumplir, no importa. Lo importante es que a tu edad todavía tienes la conciencia y la fuerza suficiente para bendecirnos. Eso es lo que ahora te pido: bendición, mamita.

Tu "trolempo" de nieto".

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