El malestar de varios oficiales del Ejército afloraba en el Ministerio de Defensa cuando los voceros de las Farc aparecían en televisión sentados a la mesa, con sus camuflados de pistola al cinto y sus fusiles colgados del hombro. La imagen se repitió decenas de veces entre 1999 y 2002, durante las fallidas conversaciones de San Vicente del Caguán. Atada al orgullo, siempre revivía aquella indignación de los militares.
Entre las personalidades que integraban las comisiones que acudieron a dialogar con la cúpula guerrillera en la zona de distensión lo que apretaba era el miedo. Un industrial interrogaba: “qué pudiera pasar si estamos hablando y se presenta un incidente de grandes proporciones. Seguro, nos dejan de una vez como prenda de garantía”.
Llevar el diálogo entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las Farc a escenarios internacionales como Oslo y La Habana despeja el proceso de estas prevenciones y de otras.
La académica y analista Wenche Auge declaró ayer que la facilitación noruega es neutral, sin inclinaciones por ninguna de las partes. Ese es el valor del acompañamiento y de los escenarios con los que contará el actual proceso. Imparciales, descontaminados. Civiles.
Retomar los diálogos de paz en Colombia, por lo menos en estas primeras etapas, hubiese significado un estrés peligroso para el Gobierno y las Farc: las partes tendrían que enfrentar la “desventaja locativa” que traía sentarse en algún paraje del sur del país o en algún hotel de Bogotá o Medellín. La opinión ciudadana, hoy, no acepta más despeje de territorios. Y las Farc no se acomodarían ni expondrían a dialogar en centros urbanos plagados de víctimas y enemigos. Y, por otro lado, de una prensa capaz de vulnerar la confidencialidad de las reuniones y sus avances.
Para hablar abiertamente
El paramilitar Carlos Castaño, en su tono hosco y exagerado, también lo advirtió una tarde en algún potrero de Tierralta: “los comisionados de Paz y el presidente Pastrana parece que fueran allá (al Caguán) a rendir cuentas o a tratar de caerle en gracia a Tirofijo y a Cano. Nadie, rodeado de jefes guerrilleros, en una zona ajena, puede hablar firme y claro”.
Quienes interpretan las tensiones y complejidades de una mesa de negociación, resaltan la importancia de estar en lugares donde ni el Gobierno ni la guerrilla mandan o proveen la seguridad y menos tienen algún nivel de ascendencia sobre el entorno de los interlocutores.
Durante el gobierno de Álvaro Uribe Vélez, las Farc no aceptaron, bajo ninguna circunstancia, dialogar en el exterior. Incluso, ese fue un lema reiterado desde los tiempos de la disuelta Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar.
En este nuevo escenario (Oslo y La Habana), las “avanzadas” de las partes aparecerán vestidas de guayabera. Incluso, hoy y mañana, de traje y gabán, obligadas por el frío noruego. Parece poco, pero esta vez no presenciaremos un diálogo rodeado por los fusiles de las Farc ni las amenazas de los paramilitares.
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6