En la inmensidad de la una de las minas de carbón a cielo abierto más grandes del mundo no parece haber espacio para un animal distinto al humano.
Por las vías de acceso a los diferentes tajos y sectores las máquinas riegan para que no se levante polvo bajo el calor sofocante de las 11 de la mañana. La actividad es febril. De pronto, un vehículo cruza con vecinos a los que se les explica el proceso de explotación.
En un recodo de uno de tantos ramales, en donde la vegetación concede un poco de frescura está el centro de recuperación de fauna de Cerrejón.
Una malla lo demarca. Se aprecian adentro varias jaulas grandes. Un tigrillo ocupa una. No tiene opción: permanecerá por siempre allí como lo deben hacer otros animales a los que el hombre ha hecho daño. Tanto tiempo los tuvo cautivos que no se pueden reintegrar a su ambiente.
Ayudan sin saberlo ni quererlo a educar a los visitantes.
Tatiana Restrepo, médica veterinaria, cuenta que la mayoría de los animales que llegan salen en 24 horas. Son de paso lento, recogidos por las cuadrillas que van adelante de las máquinas cuando se va abriendo un tajo.
No se recogen los que se pueda. La explotación no puede iniciar sin que se haya barrido la zona para recogerlos todos, indica Daniel Dávila, del área de Rehabilitación de Tierras y Coberturas Vegetales.
Otros son llevados por habitantes de los alrededores, o por autoridades, recuperados de viviendas y lugares donde nunca debieron estar.
Un búho real y una lechuza de campanario observan todo. Pronto serán liberados. A su lado, un búho de anteojos. Lleva cuatro años allí y nunca saldrá. Tampoco un búho rayado al que le dañaron un ala.
En el centro se han capturado y rescatado más de 8.000 animales y en más del 70 por ciento de los casos la liberación ha sido exitosa.
Atrás, en un amplio espacio, imperturbables viven caimanes aguja de varios tamaños. Es un criadero para poblar bahía Portete. Se crían 100 cada año. Son animales tranquilos si no se les invade ni molesta. A su medio regresarán con unas escamas menos, especie de pasaporte a la vida: así no serán cazados.
Un mono aullador mira tras la malla. Su mirada parece perdida, como tratando de explicar porqué tuvieron que cogerlo algún día y apartarlo de su medio. Ahora no podrá volver a él.
Para venderlos o amarrarlos en los patios, la gente mata los padres. El mono bebé, entonces, es secuestrado y nunca más volverá a ser feliz.
No faltan las serpientes. Tienen su espacio. Y, como es común, andan dormidas, enroscadas y plácidas.
Vienen y van. Animales que llegan todos los días y poco tardan en salir tras evaluarse su estado.
Así pasan los días en el centro de recuperación de fauna de Cerrejón: un canto a la vida o el dolor de no poder vivir ya en libertad.
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