Don Diego Calle, buena pluma y devorador de escritos, me compartió una "canción" que tituló Encuentros . En su correo me dice: "Ojalá la disfrute? y la acompañe con guitarra".
Me hizo recordar un poema, Milonga del Destino , que años atrás me entregó mi amigo Jaime Alberto Vélez para que le pusiera música. Hice la tarea, pero, curiosamente, su cadencia no me supo a milonga, sino a zamba.
Un buen poema tiene música propia. O, mejor dicho, sólo es poema cuando, por sí mismo, tiene música. Así que ponerle música es sobreponer una idea musical sobre la que ya, supuestamente, tiene. En esa pretensión, lo que suele ocurrir es que se ponga tras bambalinas la música que lleva el poema.
Aclaro que, cuando me refiero a la música en la poesía no hago mención de la rima, que tantas veces estorba la senda de las más adecuadas palabras. La rima, más que música, es atadura que frena el fluir espontáneo de la genuina música en la poesía.
Claro que hay excepciones exitosas en esa aventura de musicalizar poemas. El caso más asombroso, de lo que conozco, es el trabajo de Serrat con los poemas de Miguel Hernández en 1972. Es una producción simplemente magistral, como si él hubiera escrito aquellos versos; tanto que, cuando se publicó, cosa que no he hecho con ningún otro trabajo discográfico, compré dos LP, uno para escuchar y otro para guardar. No pierdo el alma del poeta de Orihuela cuando los saboreo con los acordes que le ha puesto el cantautor catalán.
Pero esa distorsión no sólo ocurre cuando se pretende poner música a la poesía; también cuando se traduce. Allí se corre el riesgo de profanar la música original de la obra literaria.
Alguna vez que quise hacer un regalo especial, me decidí por una preciosa publicación de Hojas de Hierba , de Walt Whitman. Mi gancho para adquirirla, además del formato espectacular, era la imagen que tengo de Borges, el traductor. Sentí desilusión al comparar con el texto de bolsillo que tenía en mi biblioteca, traducido por León Felipe. Otros dirán que la mejor versión es la de Armando Vasseur, o la de José Luis Chamosa, porque en esto las opiniones son bastante subjetivas.
Lo cierto es que quien traduce un texto, más si es poesía, hace otro texto. La traducción cambia, tanto el sentido, como la forma, incluso en el caso del verso libre. Y un buen poema, por sí solo, tiene música, y cuando pretendemos agregarle otra, corremos el riesgo de desaparecer la propia. Son osados quienes se atreven a ponerle música a un poema, porque se meten nada menos que con el alma de la poesía. Un poema, primero es música y después palabra.
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