Colombia tiene memoria del terrorismo por el dolor de las víctimas. Dolor que sigue presente en los recuerdos de Federico Arellano, 24 años después de perder a su padre cuando explotó una bomba activada en un avión de Avianca, en pleno vuelo, por orden de Pablo Escobar.
La desproporción de aquel intento por asesinar al entonces candidato presidencial César Gaviria, cobró la vida de 107 personas. Era la mañana del 27 de noviembre de 1989.
“Por supuesto, tengo un recuerdo de mucho dolor, de injusticia, de impotencia, de muchas lágrimas y un sentimiento descarnado de tristeza”, señala Arellano, quien preside la fundación Colombia con Memoria y representa a las víctimas en un proceso penal por este caso.
El día del crimen, Arellano tenía 12 años y se ordenaba para ir al colegio. Su madre trabajaba en el aeropuerto y no tardó en enterarse del siniestro del avión, aunque en principio se pensó que fuera un accidente.
Recientemente la Unidad de Víctimas, reconoció por primera vez que los crímenes de Escobar deben considerarse como hechos del conflicto armado, lo que abre la posibilidad del reconocimiento en el marco de la Ley de Víctimas.
“Cada una de estas familias podrá aspirar a la reparación moral y económica por los crímenes de narcotraficantes”, explica. En medio de la lucha personal y profesional que este abogado ha librado desde la muerte de su padre, considera que “no se puede predicar un Estado Social de derecho aquel que omite la responsabilidad frente a las víctimas y entrega un país a los terroristas”.
No se puede olvidar
María Elena Cadavid perdona, pero no olvida los hechos del 16 de febrero de 1991, cuando un carro bomba explotó a 50 metros de la Plaza de Toros La Macarena, bajo el puente de la calle San Juan, donde su hija Mónica estaba con su novio y amigos a la salida de una corrida. 28 días después murió en la unidad de quemados intensivos del Seguro Social (Clínica León XIII) tras no poder más con una agresiva infección. Tenía 19 años.
María Elena dice que con su hija murieron otras dos jóvenes. La noticia la sorprendió en Cartagena. “Mi esposo es médico, entonces estaban varios compañeros de él auxiliando a la niña. Ella quedó demasiado quemada”, dice la madre, para quien no hay dinero que repare el dolor de perder una hija.
“Nunca he hecho nada por buscar plata para lo que nos pasó. Esa no es forma de reparar a una víctima”, dice. “¿Qué se puede hacer con el dinero si el Gobierno desampara a las víctimas y si a los políticos se les olvida todo lo que ha pasado?”.
A María Elena le han servido Dios y el amor de su familia para seguir adelante con su vida. Ver realizada a Claudia, hermana menor de Mónica, y abrazar a sus tres nietos ha sido una manera de llenar el vacío. A Juan Fernando, el menor de sus tres hijos, quien es autista, sí le ha costado más desprenderse del recuerdo y del dolor. Diario se levanta a buscar el álbum de fotos de su hermana y sienta a mirar cada imagen mientras repite “Moniquita se fue para siempre, no volverá nunca jamás”.