Décimo cuarto domingo ordinario
"Al oír a Jesús, la gente se preguntaba asombrada: ¿Qué sabiduría es esa? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María? ¿Sus hermanos no viven con nosotros? Y desconfiaban de él" . San Marcos, cap. 6.
Nazaret sería entonces una pequeña aldea donde la Sagrada Familia se estableció al regresar de Egipto.
Ya había muerto Herodes el Grande. Y nada se volvió a saber de aquellos pastores que visitaron al Niño en el portal. Menos aún de los ángeles que cantaron en Belén, esa noche, gloria.
Luego, treinta años de anonimato y de silencio, en la vida monótona y gris de Nazaret.
Pero Jesús no faltaba los sábados a la sinagoga. Y algunas veces se ofrecía para hacer la lectura y explicarla. Se hizo conocer entonces de sus paisanos y mucho más, cuando un grupo de pescadores comenzó a rodearlo.
Pero los comentarios sobre su persona no eran muy positivos. La gente se preguntaba: "¿Qué sabiduría es esa? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María? ¿Sus hermanos no viven con nosotros?"
Para un judío de entonces sabiduría significaba piedad, relación con Dios y también una vida de acuerdo a la Ley. Todo esto lo explicaba Jesús, aunque añadiendo nuevos enfoques.
Era en verdad el hijo de María y de José, pues el misterio de su persona a nadie había sido revelado. Le habrían visto además en el taller de su padre, donde ayudaba en las tareas de carpintero, herrero y también de albañil.
El tema de los hermanos de Jesús ha despertado frecuentes discusiones. Ciertos grupos separados alegan que Nuestra Señora habría tenido otros hijos. Su virginidad, y así lo afirman algunos católicos, sólo sería algo simbólico y espiritual.
Sin embargo, desde los primeros siglos, la Iglesia ha confesado la perpetua virginidad de María, a la par que su divina maternidad.
Pero se dan otras razones que esclarecen el tema: Jesús, antes de morir, encomienda a su Madre Santísima a los cuidados de san Juan. Lo cual no hubiera sido necesario si ella hubiera tenido otros hijos.
De otro lado, la lengua hebrea y la aramea carecen de vocablos propios para señalar los diversos grados de parentesco. En el Génesis, por ejemplo, se dice que Lot era hermano de Abraham, cuando fue apenas su sobrino. Y en el libro primero de las Crónicas, encontramos un personaje llamado Yeuel que tenía 690 hermanos. Y otro de nombre Adaías, 1.760.
San Marcos señala que Jesús se sintió extrañado ante la incomprensión de sus paisanos. Nosotros, en cambio, admiramos en Jesucristo a un Dios enteramente humano. Y así nos gusta. Él se hizo hombre, no sólo uniéndose a una persona física, sino integrándose en una raza, una cultura, en medio de circunstancias históricas que lo hicieron del todo semejante a nosotros.
San Pablo les escribía a los filipenses: "Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios. Al contrario, se anonadó a sí mismo y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos".
Habría necesidad de preguntarnos entonces qué contagio de divinidad se nota en nuestros criterios, en nuestras actitudes.
"Me seduce ese Dios vuestro, decía un sabio hindú. Sin embargo no alcanzo a entender para qué se arriesgó a tanto, si sus efectos no se ven en vosotros".
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6