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Cuando muere una amiga

  • María Clara Ospina H. | María Clara Ospina H.
    María Clara Ospina H. | María Clara Ospina H.
28 de septiembre de 2010
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Cuando muere una amiga muere parte de nuestro pasado, de nuestro presente, peor aún, de nuestro futuro. Muere la posibilidad de envejecer juntas y de compartir esos años cuando la amistad será nuestro más fuerte y confiable bastón.

Cuando se va una amiga despedimos esas memorias de cuando fuimos niñas. Los recuerdos de las pilatunas que hacíamos en el colegio, ella, mi querida Adriana, la niña juiciosa y prudente, la portadora de la estrella ante la imagen de máter; yo la muchachita "insoportable" casi siempre castigada.

Con ella celebré cada cumpleaños: los ocho, los doce, los quince y los dieciocho. A ella le conté a quién di mi primer beso y ella confió en mí sus inocentes amores.

Con ella planeamos emocionadas el día de nuestros matrimonios y muchos años después el matrimonio de nuestras hijas, quienes, increíblemente, se casaron en la misma fecha, del mismo año.

Una amiga es una hermana que lo escoge a uno y uno escoge, es un ángel de la guarda que nos acompaña en las buenas y en las malas, es más que una hermana porque, aunque nada la obliga a quedarse en los peores momentos, se queda a nuestro lado unida sólo por lazos de amistad, muchas veces, más fuertes que los lazos de sangre.

Con ella conté en los mejores momentos y en los peores, su lealtad y cariño fueron siempre resguardo y dulce compañía. Estuvo a mi lado cuando enterré a mi padre, mi madre, mi hermano, mi marido, mi hijo. Me acompañó también en mis mejores días, cuando lancé el primero, el segundo, el tercer libro; en la celebración de cada triunfo, de cada acierto.

Brindamos por las alegrías mutuas y lloramos cada derrota. Compartimos secretos que hoy serán siempre secretos. Oí sus consejos, los mejores, los más sensatos, los más tiernos. Me llevaba a rezar cuando sólo quedaba la oración como último recurso. Lo que a ella le dolía me dolía a mí, lo que a mí me enfurecía la enfurecía a ella.

Hoy no sólo yo la despido, la despedimos muchos, Mariano su marido, mi mejor amigo, su hijo y su hija, su pequeña nieta, mi "ratona", su querida madre y sus hermanos y todas esas amigas con las que compartí su cariño. Antes éramos un ramillete de niñas, hoy, ya casi unas viejas, hemos perdido un pétalo, el primero que cae en la ventisca de los años. Todas la extrañaremos porque fue y siempre será parte de nuestras vidas.

Adriana, mi querida Adriana, nuestra querida Adriana, a quien nunca le oí una mala palabra, una crítica, una desesperanza, quien me enseñó prudencia, perdón y bondad, te vas porque Dios te necesita a su lado.

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