AJuan Sebastián Toro se le apareció el diablo vestido de dunas, piedras, calor y oscuridad. Y pudo comprobar así que el Dakar es un verdadero infierno, como el que había vivido el año pasado.
Que el Dakar, cuando lo corrió por vez primera -2013- que terminarlo debería ser como una especie de coronar el Everest. Y no se equivocó, porque solo los más fuertes, los que cuenten con buenas máquinas y tengan algo de suerte, lo terminan. Él no lo hizo, porque apenas en la sexta etapa una piedra lo mandó de cara a un río. Se partió la clavícula y debió resignar continuar en carrera.
Antier, en una etapa que se había anticipado brava y larga -con más de setecientos kilómetros de distancia, entre las localidades de San Luis y San Rafael, en el desierto argentino, con un sol canicular que puso a subir la rayita de los termómetros a más de 45 grados centígrados, vio como, de un momento a otro, perdía la orientación de la carrera mientras su moto sufría desperfectos mecánicos, superados después. Pero persistió, no quiso abandonar porque "mi meta es llegar a Valparaíso, así sea de último".
Las dunas, las piedras, los troncos de árboles escondidos en montículos de arenas arrumados, los terrenos pedregosos, las quebradas que aparecían de un momento a otro y la poca visibilidad que deja a su paso la estela de polvo impidieron que Toro llegara temprano a la meta.
Ni siquiera tiempo tuvo de descansar. Lo hizo doce horas después del ganador, ya eran las diez y media de la noche argentina y los primeros dormían o le daban los últimos ajustes a sus máquinas. Y para su colmo, fue penalizado con tres horas. Ayer, aún con el cansancio a cuestas debió asumir el reto de la tercera etapa entre San Rafael y San Juan, otra larga jornada. Quiere poner la leña en el fuego, pero este piloto bogotano de 35 años, comprobó que Dakar es un infierno. Y como lo dijo antes de viajar "en Dakar nada es suficiente… nunca".
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