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Darío Ruiz Gómez no vive sin la ciudad

El autor de Señales desde el techo de la casa cuenta su vida de libros, amigos y bohemia.

  • Darío Ruiz Gómez no vive sin la ciudad | Hojas en el patio, Geografía, En tierra de paganos, Crímenes municipales. Son obras de Darío Ruiz Gómez. FOTO RÓBINSON SÁENZ
    Darío Ruiz Gómez no vive sin la ciudad | Hojas en el patio, Geografía, En tierra de paganos, Crímenes municipales. Son obras de Darío Ruiz Gómez. FOTO RÓBINSON SÁENZ
01 de octubre de 2012
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Su mamá, Ana Francisca, maestra habituada a tratar a los niños, veía al pequeño Darío quedarse alelado a ratos, como si mirara un punto en lo indefinido. Al principio, se preocupaba -le contaría después-, dudando si se trataba de algo normal, hasta que se fue acostumbrando a que él era así, con tendencia a la ensoñación.

Darío Ruiz Gómez no conoce Anorí, el pueblo donde nació, el 14 de diciembre de 1936. Sabe, por su mamá y por geografía, que en los primeros cuatro años de su vida, los de su permanencia allí, ese pueblo de mineros tenía una fácil comunicación con el Magdalena. Los barcos cargados de mercancías procedentes del mundo, entradas a Colombia por Barranquilla y conducidos por el principal afluente del país, llegaban allí por un brazo del río Cauca. También sabe que Anorí se llenaba de gente de otras partes del país y el exterior, atraídas por el imán dorado.

“Siempre que estoy dispuesto a ir a Anorí llamo a una amiga y le pregunto cómo está la situación. Me dice: ‘aquí siguen matando gente; mejor no venga’”. Y no va.

El escritor sabe, por su papá, en quien tenía un homónimo, y por la tradición oral familiar, que la familia vino a templar a Medellín en busca de mejores horizontes económicos. Ruiz Rivas se las ingenió para levantar a cuatro hijos: Teresita, Darío, Clementina, Felipe y Elena. La ciudad estaba llena de solares. En ellos, integrado a la muchachada, Darío cogía auyamas, vitorias, guayabas, y se bañaba en La Iguaná.

“Medellín tenía gran atraso. Había lagunas y caños insalubres por todos lados; gente descalza y sin dientes, y casi todos los niños tenían piojos”.

Estudió bachillerato en los liceos Antioqueño y San Carlos. Luego de una estadía inicial en Boston, se estableció con su familia en La Estación Villa, barrio que inmortalizó en cuentos y novelas.

Literatura y bohemia
“Yo conocí a Darío en 1954 -recuerda Jaime Jaramillo Panesso, el columnista de temas políticos-. Integramos un Centro Literario con Carlos Gaviria, Guillermo Henao, Jairo Álvarez y Henry Molina ”.

“Leíamos creaciones propias. Unos cometíamos poesía; Carlos, ensayos filosóficos -cuenta Jaramillo Panesso-. Sacaron un periódico, Movimiento, que financiaban con bailes de porros y cumbias. Y como entraba con fuerza la Sonora Matancera, boleros y guarachas.

Desde la adolescencia Darío mostró su vocación literaria. Escuchó la sentencia de su madre, que hablaba sin ambages: “Recuerde que el talento sin rigor no sirve para nada”.

El grupo se desintegró cuatro años después. Cada cual tomó sus rumbos geográficos y políticos, pero la amistad sigue intacta. En 1958, Ruiz viajó a España, a estudiar periodismo, instado por Henry Molina.

En la universidad encontró un esquema dictatorial, acorde con el franquismo reinante. Cuando uno iba a comprar un libro de Albert Camus, por ejemplo, dice el autor de Para que no se olvide su nombre, debía pararse frente al librero y hablar casi entre dientes. “Vaya a la parte de atrás, contestaba este”, y allí, en misterio, le despachaban el ejemplar.

En España fortaleció su inquietud por el cine. Conoció a Luis Buñuel, “hombre sordo y más bien mala clase”, e hizo amistad con Vittorio de Sica. Y aprendió urbanismo.

Darío volvió a Colombia casado con la española Concepción Callejones y con dos hijos. Se desempeñó como profesor de la facultad de Arquitectura de U. Nacional y articulista de El Colombiano y El Mundo.

Vive en un apartamento cerca al centro de la ciudad, escribiendo. Acaba de terminar dos novelas. Las sombras, centrada en la España de 1958, y Las razones del traidor, de un hombre culto que viaja a Estados Unidos guardando rencor por Medellín y su discriminación social. “Yo solamente le conozco un defecto a Darío -osa decir Jaramillo Panesso-: es hincha del Medellín”.

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