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De amor hasta en las formas

POR EL ARTE se enamoraron y lo comparten a diario, en su taller, y en sus ideas. En el barrio Simón Bolívar, Juan y Liliana esculpen historias.

  • De amor hasta en las formas | Julio César Herrera | En el barrio Simón Bolívar, Juan vive desde que estaba pequeño, hace unos 43 años. Allí mismo él y Liliana tienen su taller, en el que también dan clases, con las que buscan que las personas expresen sus sentimientos por medio del arte.
    De amor hasta en las formas | Julio César Herrera | En el barrio Simón Bolívar, Juan vive desde que estaba pequeño, hace unos 43 años. Allí mismo él y Liliana tienen su taller, en el que también dan clases, con las que buscan que las personas expresen sus sentimientos por medio del arte.
25 de mayo de 2010
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Cuando Liliana vio a Juan frente al carbonero, recitándole un poema, se enamoró. Juan tenía sus "guaritos" encima y si bien es "católico, apostólico y romano", los árboles también son su Dios, dice él. Por eso andaba en el carbonero, por eso lo vio, por eso se enamoraron. Por el arte, dice ella.

Juan Carlos Estrada es escultor. Liliana María Gutiérrez, también. Y son esposos, además, desde hace 25 años, cuando se casaron con un padre al que la sotana le quedaba corta, con dos desconocidas madrinas, y la miel de la luna fue cambiada por una naranjada con salchichón.

Las obras están por ahí, para encontrárselas de frente, y que conversen. Y hay unas de ella y otras de él, sin distinción en el espacio, aunque sí en la forma. Como artistas son diferentes.

El taller escultórico ambiental es de los dos. "Esto es un manicomiecito", dice Juan Carlos. Uno de obras que hablan de la sociedad y de la naturaleza, y de esa necesidad que tienen de expresarse, de esculpir, de pensar.

Dos para el arte
En la mesa, tres con el abrazo fuerte que viene con la libertad. Sigifredo López y sus dos hijos se quedaron en la memoria de Liliana y los tuvo que hacer, con ese material de cartón con el que trabaja.

Más al fondo está Lizcano, Ingrid con su pelo largo, Luis A. Mendieta, hasta completar doce secuestrados, o que lo fueron. "Esas historias me llenaron el alma, y lloré".

Dos señores están a la entrada, pero no saludan. Él que camina cabizbajo. Ella que tiene una olla que es su cintura, de la que cae el sancocho. Caminan, desplazados, quietos en la escultura.

La obra de Juan por ahora pasa por los zapatos y las ollas. "Cualquier zapato -cuenta él con su voz suave y pausada- me muestra el género, la edad, el estrato, y con ello me expresé. Utilizo un objeto en una obra de arte". Algunos son de las playas de Necoclí, otros de la comuna 13, todos recogidos de la basura.

Pasa igual con las ollas. También las botan, también le cuentan historias, también le sirven para contar lo que piensa, para hablar por la naturaleza, que tanto le preocupa.

El cuerpo de la señora es un zapato, y de los clavos que alguien le pegó alguna vez para que le duraran más, cae algo así como una camándula. La olla es el cuerpo del señor. El zapato, le da forma al niño.

Y por ahí, unos bocetos de los que todavía no habla. Uno de los sueños de Juan es intervenir el metro. Hasta ahí.

Tienen dos hijos, que no van a ser artistas, porque "dicen que no van a aguantar hambre", se burlan los dos. Lo cierto es que su vida es arte y más arte y naturaleza. Y por eso sonríen, y escriben, y esculpen, y hablan, y viven, y son felices.

No estudiaron. Son autodidactas. Innato, por la necesidad de plasmar. "Lili, sentate un momentico... ¿qué te parece esto?"

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