Encontré al padre Nicanor, mi tío, alegre y sonreído. No sé de qué había estado hablando con Mariengracia, pero tenía esa cara limpia y serena que se dibuja después de una buena carcajada. Como la tierra mojada tras la lluvia, también el alma se refresca cuando nos cae un aguacero de risas nobles e inocentes, o una llovizna de sonrisas amables.
-Ríete, muchacho -me dijo al advertir, apenas me vio entrar, que llegaba tristón y aburrido.
-Cuál reírse, tío, después de esta semana que hemos vivido en Colombia con lo de las elecciones. ¡Qué desilusión nuestra democracia!
-Pues, hijo, yo de política no pienso hablar, pero sí podemos echar palique sobre esto de la ilusión y la desilusión, que en el fondo no son sino un juego.
-¿Cómo así, padre? Ya empieza usted con su sorna de filósofo rancio. A mí la desilusión me duele, me golpea, me amarga la vida.
-Lo que pasa, muchacho, es que damos por sentado que la vida del hombre se columpia entre la ilusión y la desilusión. A aquella, la ilusión, la consideramos la madre de todos los sueños, de las utopías, de las euforias mentirosas. Y a la otra, la contraria, la creemos la partera de todas las tristezas, de los rencores, de heridas incurables. Y no hay tal. Como te digo, el juego de la ilusión y la desilusión no es sino eso: un juego.
-Si usted lo dice, tío, pero no me convence.
-Te explico, y me perdonas que tenga que echar mano de mis latines. La primera acepción del verbo latino " illudere ", de donde viene ilusión, es precisamente jugar, solazarse, divertirse. De ahí el adjetivo "lúdico" en español. Me acuerdo de un verso de Horacio, que aprendimos en el seminario: " Heu, fortuna? ut semper gaudes illuderes rebus humanis ", que traduce: "¡Oh, fortuna? cómo te gozas en jugar con las cosas humanas".
-Usted y sus latines, padre Nicanor. Y yo que le doy papaya siempre.
-Pues aguanta, hijo. Si no es contigo, con quién más puedo sacar esos viejos latinajos del arcón del olvido. Es para que dejes de fruncir el ceño al quejarte de las desilusiones. Para Cicerón " illudere " tiene el sentido de burlarse, ridiculizar, reírse con sorna y, por ende, desdeñar y también dañar o perjudicar, por las heridas que produce la broma o por el desdén que encierra. Para Quintiliano, la " illusio " es la ironía como figura retórica.
-Ya, ya, ya, tío. Tenga compasión de los lectores.
-Pero de ti no me compadezco, por llorón y autocompasivo. Tienes que borrar ese trascendentalismo con que nos han enseñado a hablar de ilusiones y desilusiones. Yo a veces pienso que la desilusión, el antónimo de ilusión, no es su contrario, sino su realización.
-Cómo así, padre, no lo entiendo.
-Obvio, mi querido Watson. Si el sueño y lo apetecido se logran, ya dejaron de ser ilusión y, por lo tanto, son des-ilusión. Si no se consiguen los deseos, lo que muerde las entrañas no es la des-ilusión, la frustración, sino la ilusión insepulta que puja por mantenerse viva y que, al no haberla podido o sabido gozar, hiere.
-¿Y, entonces?
-Ríete, muchacho. Ríete de tus ilusiones y de tus desilusiones. Porque, más que amargar ellas deben alegrar la vida y, cuando descubrimos las falacias y engaños que encierran, pueden volverse un remanso de hilaridad.
-Y hasta una carcajada.
-Claro. Hacer el ridículo (y ridículo es lo que hace reír) es una terapia. No temas reírte de ti mismo, que es por donde se debe empezar. Ríete de tus desilusiones y de tus ilusiones.
-Las ilusiones, padre, las ilusiones?
-Las ilusiones, hijo, las ilusiones? Puras pompas de jabón, para jugar con ellas como un niño.
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