En Colombia son muy pocos los que se salvan de alguna responsabilidad en el conflicto armado que desde hace más de 50 años desangra este maravilloso, pero sufrido país.
Tampoco nos importa la prevalencia del interés general sobre el particular, y por esta razón es que nos estamos matando unos con otros, como si no hubiese pasado nada.
Las impresionantes cifras del Grupo Memoria Histórica en su primer informe sobre la violencia, destacan que más de 220 mil seres humanos han perdido la vida a consecuencia, de lo que muchos, como un expresidente, se ruborizan porque en Colombia le llaman conflicto armado.
Con estos números, salta a la vista una inmensa mayoría que pide fervorosamente que cese el conflicto y otra que prefiere que siga la confrontación sin importar que haya más muertos, desplazados, desaparecidos, personas con amputaciones de sus extremidades, familias en la calle, prostitución, extorsiones, chantajes, secuestros y lo más grave, la polarización de la opinión pública entre "uribistas" e "izquierdistas", o mejor entre buenos y malos.
Hay millones que no creen en estas conversaciones porque las Farc siguen incumpliendo su palabra de no ejecutar más secuestros y extorsiones ni poner en peligro la vida de los civiles.
Por esta razón, aducen que una cosa es la paz y otra una mala negociación, que no es lo mismo.
La política de hoy es un mecanismo maquiavélico que conduce a fines lucrativos sin importar los medios que se utilicen para enriquecerse o alcanzar fines determinados.
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